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domingo, 20 de diciembre de 2009

La maceta

¿Sabes cual es la sensación que tengo? Es como una chimenea en mitad de un bosque, un bombero trabajando en una farmacia. Una pieza de puzzle que corresponde a otro puzzle, y que nunca, por mucho que quiera, no consigue encajar.

Esa es la sensación que tengo en esta mierda de ciudad, guiada por la monotonia, la superficialidad y el “Donde va Vicente, va la gente”.

Mi vida, aunque muchos no se lo crean, siempre fue así. Nunca fui entendido por los demás: ni en el colegio, ni el instituto ni siquiera en la Universidad. Siempre tuve ese par de amigos que les caía bien: tras terminar los exámenes nunca más me volvieron a saludar. Solo querían que les pasara los apuntes mientras ellos tonteaban con las chicas.

Siempre andaba solo. Cuando cumplí los 18 años y todos los vecinos y conocidos les revoloteaban las hormonas y salían a las típicas discotecas de ciudad, yo me quedaba en mi casa viendo alguna película. Mi madre, la pobre, se preocupaba. Decía que así nunca iba a tener amigos, nunca me iba a echar novia y que ya era hora que me despegara de su falda.

Yo siempre pensé, y lo sigo pensando, que la vida es como una obra de teatro. Cada uno de los que estamos sobre el escenario, tenemos un papel, un rol, y de ahí no podemos salir. Cada uno estamos hechos para cumplir dichos roles. Y si no lo cumplimos, destrozamos la obra.

Bueno, pues a mí me ha tocado hacer de maceta tras el escenario: soso, sin guión alguno y solo haciendo acto de presencia, porque con la maceta rellenamos el escenario. Y nunca se sabe cuando nos puede hacer falta. A otros les toca hacer de príncipe azul o héroe; a mí de maceta.

Una noche, como la mayoría, tras mi semana de trabajo y mí esperado fin de semana para hacer lo que hacia tras el trabajo: nada; decidí sentarme delante de la tele a ver unos dvds que me grabé con varias películas que me descargué. Todas de mi estilo: comedia, acción, romántica y alguna de animación, para recordar viejos tiempos.

Antes de disponerme a calentar el sofá con mi cuerpo serrano, decidí bajar a la bocatería que hay debajo de mi piso para comprarme un completo.

Bajé y mi gran sorpresa fue encontrarme a una antigua compañera de clase, del Bachillerato. Su nombre es Virginia.

Virginia era de esas chicas que solo la recuerdas por una cosa… o dos: su cara y su par de melo… de eso. Teníamos 17 años y todos estábamos con las hormonas revolucionadas. Me acuerdo de ponernos en el piso de arriba, asomados por la baranda que rodeaba el pasillo, y que daba a la entrada. Ella pasaba y todos nos quedábamos mirando al canalillo… Era nuestro momento “All Bran”.

Ella era un año mayor que nosotros. Eso hacia que nos gustara mas aun a todos los chicos de la clase. Solo venia a una clase: estadísticas, ya que le había quedado esa para aprobar el bachillerato y presentarse a la Selectividad. Cada vez que entraba por la puerta nos miraba con aires de superioridad. Parecía que nos dijera: “tengo un año mas que vosotros y estoy buena”. Pero eso nos encantaba a todos.

Allí, en la barra de la bocatería, me senté en un taburete, a unos escasos 100 cm de ella, pero supuse que si me conocía, solo me conocía de vista.

Mientras buscaba el periódico del día, ella se quedó mirándome. Yo notaba su mirada en mi nuca, y sin siquiera mirarle de reojo, notaba que estaba dándole vueltas a su cabeza, intentando buscar en el mínimo hueco de su memoria mi nombre.

- ¿Antonio? ¿Eres Antonio Martín? – me decía una vez que había desplegado el periódico. Miré hacia atrás, pero justo detrás mía tenia la salida. Seguí leyendo la prensa. - Oye, te estoy hablando. – Veo que sus aires de superioridad aun no se han bajado.
- ¿Es a mí? – le decía yo bajando el periódico de la altura de mi vista.
- ¿Ves a otro cerca? – me decía ella.
- Mmm… no…
- ¡Entonces! Sabes quien soy, ¿no?
- Mmm… no se…- me hacia el remolón, pero sabia perfectamente quien era. Todavía conservaba su canalillo.
- Hice un trabajo contigo…de estadísticas, en 2º de bachillerato, ¿No lo recuerdas? De variaciones y permutaciones. Un rollo.
- ¡Ahh! Si, claro. Tú eras la mayor de la clase, ¿verdad?
- La misma. En ese tiempo llevaba el pelo largo, negro – me decía ella. A medida que seguía hablando con ella, acercaba su taburete más al mío. - ¡Que tonta era la profesora! ¿Cómo se llamaba? Mmm… -pensaba ella.
- Inés.
- ¡Eso! Inés… como se nota que eras el empolloncillo… - me decía ella. Si, unas de mis “etiquetas” en la clase era empollón. Y lo único que hacia era atender en clase y sacar una media de un 6.
- Si, y bien que tu eras la chulilla de la clase. – le dije yo.
- ¡Oí! ¡Que el nene se ha rebotado! Pues bien que os gustaba a todos…
- ¿Quién te ha dicho eso?
- ¡Vamos, Antonio! Se notaba… nada mas entrar por la puerta de la clase, os quedabais boquiabiertos.
- Lo dirás por los demás… - le dije yo levantando nuevamente el periódico.
- ¡Ehh! Préstame atención… - me decía ella acercándose cada vez mas y quitándome el periódico de mi vista.
- ¡Rubia! – decía el camarero.
- Te llama… - le decía a ella, mientras nuevamente subía el periódico para seguir leyendo.
- ¡Rubia del periódico! ¿Es tuyo el completo? – baje despacio el periódico, asomando mis ojos acompañados con mis gafas y mirando al camarero. Virginia se empezó a reír.

Tras pasar ese mal rato y Virginia riéndose, decidí comerme el bocadillo en la barra, junto a ella. Nos pusimos a hablar de todo: antiguos profesores, antiguos alumnos, los rumores que de ella andaban en el instituto, mi poca fama en el instituto, sus ligues, mi ningún ligue…

Se hicieron las una de la madrugada. Y ella tenía que irse a trabajar. Trabajaba de camarera en un famoso local de la ciudad, a pocos kilómetros de aquí. Antes de despedirse, me dio una tarjeta donde ponía el nombre y la dirección del local. Tras la tarjeta me apuntó su número de móvil. Me dio un beso en la mejilla y me dijo un “Adiós” en suspiro.

Volví al piso, y allí me senté a ver una película. No quise darle al botón del “Play”. Me quedé pensando en esta noche y en que, durante un par de horas, encaje en esta estupida ciudad, o más bien en una pieza que pertenece a este puzzle que no es el mío. Es raro.



Bajaba todos los días a la bocatería a ver si me la cruzaba. Pero nunca coincidíamos. Aunque tuviera su móvil detrás de una tarjeta, pero quería seguir perteneciendo a este puzzle que sé que, en el momento que actué, se destrozará.

Era jueves y el viernes me lo quise pillar libre. La fiebre “Virginia” se me pasó y nuevamente me senté en el sofá dispuesto a ver una película que un amigo me aconsejó: Olvídate de mí, de Jim Carrey. Tras darle al Play y llevar la película un par de minutos, me encontré la tarjeta de Virginia como posavasos debajo de un vaso de whisky que me tomé hace un par de días.

Tenía un círculo marcado mojado causado por el apoyo del vaso y que borraba parte de la tinta del número de teléfono, pero aun se podía ver.

Esto me hizo volver a darle vueltas a todo aquello que pasó en esa noche: no paso nada, pero es esa sensación que te queda de que algo había en el ambiente, algo que te cosquilleaba el estomago y que no deseabas por nada del mundo que pasarán dos horas antes de irse a su trabajo.

Finalmente me decidí: me vestí rápidamente, me peiné y me fui al garito donde ella trabajaba. No estaba muy acostumbrado a conducir de noche, ya que apenas salía de noche, ni siquiera por una urgencia.

Eran las una de la madrugada y estaba lleno. Y ahí estaba yo: con el cuello como el de una jirafa, subiendo la mirada al máximo y buscándola. Finalmente, muy a lo lejos, sobretodo por la gente que tenia que apartar, estaba ella, tan guapa como siempre. Y su canalillo.

Tras diez minutos haciéndome hueco entre la gente conseguí llegar a la barra. Me puse delante de ella, pero de las prisas que llevaba sirviendo copas y cobrando, no se dio cuenta. Al alzar la cabeza para dirigirse a mí, y antes de preguntar:

- Dime… ¿Antonio?... Pensaba que te habías olvidado de mí.
- Creo que mo tenia que haber venido… estas trabajando y…
- No, para nada. Quédate aquí… me gusta que hayas venido…

Le pedí un whisky solo y me quedé allí, apoyado en la barra y observándola. A veces tenia que apartar la vista ya que no quería parecer el típico salido que se queda embobado con las camareras porque no piílla con las demás chicas…

- Voy a recoger copas… no te vayas, ¿eh? – me decía ella mientras pasaba por mi lado y se perdía entre la aglomeración de los jóvenes.

Durante un cuarto de hora no la volví a ver y ya la estaba echando de menos. Me volví hacia la barra y me quedé mirando el primer televisor plasma que veía, donde echaban videos clips de las canciones más comerciales que había en ese momento.

Ella volvió, sin darme cuenta y se me acerco al oído susurrándome:

-Bésame.

Giré su cabeza hacia ella y le di un beso pequeño, suave, corto, pero con gran intensidad. No queríamos despegarnos en ningún momento, pero ella trabajaba y fue quien cortó el beso.

Se fue detrás de la barra y siguió con su trabajo. Me miraba y yo la miraba.

Me quedé hasta las 7, cuando empezó a vaciarse el local. Ella habló con su jefe y le dejó irse antes. Cogió su bolso del ropero y me cogió de la mano para irnos corriendo.

Allí, en el primer portal que encontramos, nos metimos y nos pusimos a besarnos de forma pasional.

Amanecía. Finalmente nos dirigíamos al aparcamiento subterráneo donde teníamos los coches. Allí quedamos en mi casa para vernos ahora, una vez que llegaremos.

Cada uno fuimos a por nuestro lado pero en 20 minutos nos veíamos en el portal de mi casa.

Salí de la ciudad y tras desaparecer los edificios el sol me escandilaba de frente. Apenas podía ver la carretera. Tomé una curva como recta y me estrellé contra el quitamiedos. Iba a 90 km por hora y el quitamiedos no aguantó esa velocidad. Acabé cayendo al mar, ahogado. Muerto en el acto. Pero contento.




“La vida es como una obra de teatro. Cada uno de los que estamos sobre el escenario, tenemos un papel, un rol, y de ahí no podemos salir. Cada uno estamos hechos para cumplir dichos roles. Y si no lo cumplimos, destrozamos la obra.”



sábado, 27 de junio de 2009

La maquina de escribir

Ahí estaba yo, sentando enfrente de mi escritorio, con la vieja maquina de escribir que me regaló mi abuelo, para deshacerse de viejas cosas que ya no utilizaba. Él sabia que me llamaba la atención esa maquina de escribir. De pequeño, cuando pasaba por la puerta de su habitación, me quedaba mirándole, él de espaldas, escribiendo insistentemente, con su pipa, con su camiseta de tirantas blanca interior, y ese humo que le rodeaba todo el ambiente. Cuando el notaba mi presencia, me decía:

- ¿Qué haces, hijo?
- Escuchando el ruidito de la maquina…
- ¿Te gusta? Mira, ven – me decía mi abuelo, con su peculiar bigote. Entonces, me cogía de los brazos, y me subía a su pierna, donde me quedaba sentado mientras el seguía escribiendo. Yo, con esa edad, aun no sabia leer, pero solo con estar al lado de mi abuelo y escuchando ese ruidito del tecleo de la maquina, era el mas feliz del mundo.

Y ahora soy yo el que esta en un escritorio, sentando, fumándome un cigarro, con mi cenicero al lado, todo lleno de cenizas, y escribiendo en la maquina de escribir. Solo falta que un niño, pequeño, con un jersey de un coche echo por su abuela y con cara de curiosidad por ver que hago, se suba en mis piernas.

Son las una de la madrugada y me levanto para ir al frigorífico a cogerme una lata de Coca – Cola. En el momento que paso por la mesa que tengo enfrente del mismo frigorífico, veo de reojo el móvil sonar, en silencio, pero con la pantalla parpadeando. Cesar me esta llamando… seguro que será para salir, pero hoy es lo que menos me apetece…

Al abrir el frigorífico, las tripas empiezan a sonarme. Necesitan que les eche algo, ya que desde el mediodía no han comido nada. En el frigorífico no tengo nada, por lo que tengo que bajar al supermercado de las 24 horas que han abierto recientemente en la ciudad. Cojo los cinco euros que tenia en el mueble de la entrada y bajo a la calle.

Ando unos cinco minutos para llegar al supermercado mas caro de la ciudad. Entro y miro en la zona de congelados alguna pizza o algo de comida rápida para llevar. Lasaña, pizzas de nosecuantos sabores y marcas, roscas, pollos directos para meterlos en el microondas… No hay nada que me llame la atención. Finalmente me cojo la lasaña congelada, simplemente para conformar a mi estomago rugiente.

Llegué a la caja y allí estaba la dependienta, la típica dependienta: poco habladora, gordita, con el uniforme típico de esta cadena de supermercados abiertos las 24 horas, mascando un chicle sin tener ya nada de sabor y sin peinar. La verdad que a la pobre no puedo juzgarla, ya que las vestimentas que llevaba podía hacerme la competencia perfectamente: el pelo como un estropajo echo por la gomina ya seca desde hace dos días, una barba de no haberme afeitado desde hace tres días, mi camiseta de Superlopez manchada de Coca – Cola, mis pantalones vaqueros desgastados de tanto lavarlos y los tenis comidos de mierda.

Mientras me echaba las cosas en una bolsa que previamente tuve que pagar por diez céntimos, a lo lejos vi, mirando la zona de congelados, a una chica… Era Lucia.

Lucia es una antigua amiga mía, que venia mucho a la casa de mi abuelo cuando éramos pequeños. Coincidimos en el colegio varios años hasta que cada uno nos echamos otros amigos, ninguno en común, y nos fuimos separando.

Era lo típico a esa edad: “¡David le gusta Lucia!, ¡David le gusta Lucia!”, nos decían los compañeros de clase. Tenían sus motivos para decirlo: en las excursiones siempre iba tras ella, nos cogiamos de la mano, jugábamos juntos y nunca nos separamos. Es mas, ella me dio el primero beso, con solo 5 años, hasta que vino la profesora y me pego un bofetón que nada mas recordarlo, aun me duele.

Decidí esperarla en la entrada del súper, mientras ella hacia la compra y pasaba por caja. No se dio cuenta de mi presencia allí, pero veía cada gesto que hacia. Había crecido, tendría la misma edad que yo, unos 22 años, pero ella mejoró muchísimo con los años. A eso de los 13 años se puso gordita. La veía por el patio y todos les decían “Lucia la Gorda”, cuando había mas de una Lucia en el colegio. Pero a los 17 años, me llegaron a los oídos que había dejado muchos kilos y se había quedado como una modelo: guapísima de cara, bien arreglada, igual de alta que yo, una cabellera morena que le recorría toda la espalda hasta llegar a la cintura… pero a pesar de su físico, no llegaba a llamar la atención.

Cuando terminó pasar por la caja, me vio. Se quedó mirándome, pensando, seguro que por su mente pasaba cientos de chicos que había conocido a ver si encajaba alguno conmigo, hasta que…

- Te conozco de algo, pero no se de qué.
- Si, me conoces, pero hemos cambiado mucho…
- …
- ¿Recuerdas de pequeña llegar a una casa de una planta, la puerta siempre abierta, subir corriendo las escaleras mientras sonaba de fondo el tecleo de una maquina de escribir, un chico con un jersey verde con un coche dibujado sentado enfrente de un señor? – dije yo para jugar con sus recuerdos. En ese momento fue como vio que su cara se iba transformando hasta que…
- ¿David? ¿Eres tú, David?
- Si, así me pusieron mis abuelos de nombre. – dije yo. Se me olvido comentaros que nunca tuve padres, o más bien nunca los conocí. Murieron en un accidente de tráfico cuando mi madre estaba embarazada de mi. Solo pudieron salvarme a mí.
- ¡Dios mío! ¡Que cambiado estas! – decía mientras dejaba las bolsas en el suelo y me acariciaba la cara.
- Tu si que estas guapa…
- La gente me contaron cosas de ti… que habías desaparecido, otros que habías decidido vivir otra vida fuera de España tras la muerte de tus abuelos…
- La gente habla de más… Me fui un tiempo a Bélgica tras la muerte de ellos pero al año volví. Y aquí sigo, en la misma ciudad donde nacimos. ¿Tu que tal?
- No mucho… me diplome en periodismo, conocí a Oscar y me casé con el hace unos meses. Quise invitarte a la boda, pero como me dijeron…
- ¡Va! No te preocupes… no habría ido, sinceramente. ¿Quieres que nos tomemos algo en un bar que hay aquí cerca? Si no tienes ningún compromiso, claro…
- Vale. ¡Total! Me espera llegar a casa y estar sola. Oscar esta de corresponsal en Bagdad estas dos semanas.
Llegamos al bar y pedimos un par de cervezas negras. Allí nos pusimos a hablar, a contarnos todo lo que hicimos en estos últimos años, nuestras experiencias, nuestros logros, nuestros fracasos… Me llegó a confesar que incluso intento buscarme a través de paginas de contacto en Internet, ya que quería saber cosas de mi, y nunca encontró nada. Solo encontró un artículo de periódico acerca de mi desaparición, algo que en parte fue verdad, y parte mentira.

Nos hicieron las tantas de la noche, cerca de las 6. Finalmente salimos del bar, aun con nuestras bolsas de la compra y en la misma puerta diciéndonos donde vivíamos cada uno. No vivíamos muy lejos, mas o menos a unas 5 manzanas, pero nunca habíamos coincidido en ningún lado.

- Bueno, me voy, aunque el deber no me llama… - decía ella.
- Yo creo que, a estas horas, ya no me acostaré. Seguiré haciendo mis faenillas…
- Me ha gustado esta noche, David. No se… volver a recordar viejos tiempos, vernos las caras y saber que, a pesar de que ha pasado mucho tiempo, nos seguimos llevando tan bien como el primer día…
- Si, la verdad que es una alegría. Y eso que no nos ha hecho falta el Tuenti ¡Jajaja!
- ¡Jajaja! – se reía ella.- Me he reído mucho esta noche… - En ese momento, ambos nos quedamos callados. No queríamos despedirnos, pero el no deber nos llamaba, y teníamos que ir cada uno por nuestro camino.

En ese momento, ella soltó las bolsas al suelo y se acercó a mí… También decidí soltar las bolsas y cogerla de la cintura a medida que nuestras caras se iban acercando. Nos quedamos durante unos instantes con la punta de la nariz, junta, sin apenas rozar aun nuestros labios, simplemente mirándonos, cogidos por nuestras cinturas… Parecía que todo retrocedía en el tiempo… Era como si estuviéramos en Castala y allí, entre dos pinos que había juntos, y sin que nadie nos viera, estábamos los dos dándonos ese pequeño beso de 5 años…

Corriendo fuimos a mi casa. Abrí la puerta, no daba con las llaves de las prisas que tenia. Finalmente las encontré, abrí, la deje pasar y cerré. En ese momento, apoyados en la puerta principal, nos besamos. Era como si todos los besos que recibimos durantes nuestras vidas no fueran tan auténticos como este. Era pasión lo que estábamos viviendo, algo que queríamos los dos, pero por las circunstancias nunca pudimos.

Durante el beso pasional, fuimos llevándonos uno al otro al salón, cogidos, sin soltar nuestros labios, quitándonos la ropa, y dejando caer nuestros cuerpos a mi sofá blanco.

De mientras, en mi cerebro sonaba una canción de la infancia… una canción instrumental que ponían en la radio cuando mi abuelo escribía… pequeña pero bonita…

Seguíamos besándonos, prácticamente desnudos… nuestros besos recorrían todo nuestro cuerpo: labios, frente, cara, oreja, pecho, ombligo, brazos, espalda…

Mientras nos besábamos, por mi cerebro se pasaban pequeños flashes que los llegaba a ver casi real, parecía que estaba viviendo dos momentos diferentes:

Veía a ella como me besaba el pecho desnudo, mientras la música instrumental sonaba de fondo, los dos nos excitábamos y llegábamos al autentico amor… de repente ella desaparecía y aparecía yo, tumbado en el sofá, con la tele encendida, pero sin verla, solo mirando al techo del salón.

Nuevamente volvía la imagen de mi y Lucia practicando el sexo, besándonos y queriéndonos como nunca nos habíamos querido, siempre la música de mi abuelo sonando de fondo. Todo en oscuridad…

De repente, nuevamente volvía la imagen de mí, tumbado en el sofá, con unos pantalones cortos y sin camiseta, nada mas mirando el techo... Y esos pequeños cambios de cámara en la televisión se veía reflejado en el techo con diferentes colores…

Decidí, dentro de este flash que tenia de yo solo a la vez que practicaba el amor con ella, mirar la tele, ver que ocurría y justo cuando giro la cabeza:

- Esta es la historia de tu vida inventada – decía Carolina a mi oído.
- ¡Noooo! – dije gritando a la vez que le daba giros bruscos a mi cabeza. De repente me desperté en el comedor, tumbado, sin Lucia… solo yo, con la tele encendida y el mando sobre mi pecho. Gire la cabeza para nuevamente mirar la tele y solo vi un programa que estaban echando de cotilleos.

Eran las 3 de la madrugada en el suelo tenia la Coca – Cola que cogi cuando fui al frigorífico, volcada y todo el liquido sobre el suelo, una mezcla que se hizo junto con las cenizas de mis cigarros.

Me senté en sofá para recapacitar todo lo que había pasado, con la cabeza apoyado en mis piernas, pensando, rascándome la cabeza… ¿Fue real o producto de mi imaginación? ¿Realmente vi a Lucia? ¿Y Carolina?

Cuando me puse derecho, y mire a la tele:

- Te ha molado follarte a tu amiga Lucia, ¿eh?

Era otra vez Carolina, un antiguo amor. Estaba padeciendo un problema mental: veía a ella en todos los lugares y ella… estaba muerta.



martes, 24 de febrero de 2009

Un 15 de febrero cualquiera...

De repente, una especie de dos relámpagos se asomó por la ventana de su piso, visto desde la calle. Y allí estaba yo, un 15 de febrero de un año que ahora mismo no me acuerdo, con una arma con silenciador cogida de la culata, caliente de las dos balas que salieron de su cañon.

La tarta de cumpleaños, aun sin empezar, estaba decorada con dos velas en forma de dos, rojas, con la mecha encendida y aun sin soplar, en una pequeña mesa al final de la cama, donde el cuerpo estaba tendido y sangrando muy lentamente, mojando de rojo las sabanas blancas.

Decidí salir de la escena del crimen, pero en el mismo momento que cogí el pomo de la puerta principal empezó a sonar su móvil. Fui a mirar quien era. En la pantalla ponia “Casa”. Supongo que seria su pobre madre, la cual estaba trabajando todo el santo día sin descanso porque su marido, el cual se encuentra paralítico en una silla de ruedas por un accidente de coche y con una baja para el resto de su vida; se acordó del cumpleaños de su hijo a eso de las doce de la noche, y ella, con gran culpabilidad de no haberle llamado la primera o de haberse acercado a su casa para felicitarle el peor día de su vida: el día que llegó a este mundo.

Finalmente salí del piso. Metí la arma en el maletín. Bajando las escaleras me topé al portero, recogiendo las bolsas de basura que cubría la parte interior de sus cubos. “Buenas noches” me dijo de una forma amable, yo le respondí de la misma forma.

Llamé a un taxi por el móvil mientras iba al bar de al lado, que aun se encontraba abierto, a comprar un paquete de tabaco de una marca que nunca me acuerdo. Solo sé que el paquete es rojo.

A los cinco minutos, cuando salía del bar, allí se encontraba el taxista, dándole la vuelta al cartel verde de “disponible” al rojo de “ocupado”. No se porque, pero toda la noche, en vez de resaltar el color negro de la nocturnidad, me resaltaba el rojo: rojo de las velas, rojo de la sangre, el paquete de tabaco de color rojo y el rojo de “ocupado”. He asesinado a muchos pero esa noche parecía mi primera vez.

- ¿A dónde le llevó, caballero? – me decía de una forma simpática el taxista.
- A la calle Gran Capitán, por favor – le contesté.

Reinició su contador y puso en marcha el vehiculo. El viaje en taxi me saldría por unos 20 euros, ya que nos encontrábamos en las afueras de la ciudad y yo vivo en pleno centro de la misma.

Camino a casa, nos topamos con un semáforo que se encontraba en rojo. Era uno de esos que solo sirven para que los peatones crucen de un lado a otro de la calle, sin mediar ni una intersección o una simple vía de tren. En el mismo, mientras el taxista se encendía un cigarro y se disponía a fumárselo, una pareja de perros abandonados empezaron a cruzar la carretera. En ese momento, mientras la pareja se encontraba en plena vía, el semáforo se puso en verde. El taxista puso en marcha el coche y dándole un poco de prisa a los mismos. Es curioso como el taxista en ningún momento se separa de su papel como taxista. A las tres de la tarde entiendo que tenga algo de prisa, es hora punta para ellos, unos salen del trabajo, otros entrar a trabajar, otros salen a comer…pero desde que me subí al taxi hasta ese mismo paso de peatones no le sonó en ningun momento la emisora para recoger a alguien. ¿Por qué tanta prisa? El tiempo va a pasar igual de lento que sin prisa.

- Dichosos perros. Se cruzan en el momento menos oportuno – decía el taxista refunfuñando.
- Pare, por favor. Déjelos que cruce tranquilamente.

En todo el momento observé a los perros. Iban con un paso lento, con cara de haberlos dejado abandonado en un descampado cualquiera y sin orientación, llegar a ese lugar, a un lugar raro para ellos, donde la gente tiene prisa, donde no hay libertad y donde no hay gatos que seguir. Pero con lo que mas me quedé fue con su paso, un paso sin pasar, vago, lento y sus caras, caras con señales de tristeza, pena y hambre.

- ¿Sigo? No es por nada, pero el contador sigue para adelante – me decía señalando ese contador sobre el espejo retrovisor y con cigarro en boca.
- No se preocupe, le pagaré. No viene ningún coche por detrás. Puede esperar – le contesté.
- No se porque, pero por la noche me encuentro los mas raros…

La pareja de perros, uno era un galgo, y otro con mucho pelo de un color marrón claro, casi para blanco, llegaron a la acera y siguieron ese paso lento y triste, hasta la primera calle que cortaba la avenida principal. Allí siguieron a la acera por donde caminaban y los perdí de vista.

- ¿Ya? – me decía el taxista.
- Si, siga.

Llegamos a mi casa. El viaje al final me salio por 23 euros, casi acierto. Se los pague en un billete de veinte y otro de cinco.

- Quédese con el cambio – le dije.

Se marchó. Abrí la puerta de mi casa, un duplex en pleno centro de la ciudad. Las llaves las dejé sobre el cenicero que tenía en la entrada y me quite la chaqueta que dejé colgada en el perchero. Entré en el comedor y encendí la tele. Era las una y media de la noche.

Aun pensaba en ese chico, tan joven, que aun sin cumplir los veintidós años, en el borde la cama, esperando a que alguien llegara para asesinarle y sin aun recibir la llamada de su pobre familia. Ahí que tener bastante sangre fria estar sentado en la cama esperando su muerte. Fui a la cocina y cogí una cerveza. Me la abrí y me fui nuevamente al comedor. Me senté en el sofá. En la tele, mientras salía una tertulia discutiendo sobre el nuevo novio de una modelo y diciendo si eran la pareja del año, interrumpieron el programa para dar una noticia de última hora: Un chico apareció asesinado con dos balazos en la frente.

Mientras la reportera que se encontraba entrevistando al portero en directo aun con las dos bolsas de basura en mano, sin tirarlas al contenedor, decidí no ver las noticias, apagué el televisor y me levanté del sofá con cerveza en mano.

Me asomé a la ventana, donde se escuchaba un poco de jaleo. Allí había un coche blanco, un Renault 19, parado en mitad de la vía, con los cuatro intermitentes puestos y saliendo del coche. En el morro del mismo, los dos perros fueron atropellados. Murieron en el acto lo mas seguro. El señor, apenado porque se le había roto el faro derecho y un pequeño bollo, quito a los perros con una pala que llevaba en el maletero y los echó a un lado del arcén.

Cuando veo que un animal ha sido ahorcado por un cobarde de la caza o una niña va a perder su vida por un cáncer terminal con solo cinco años, pienso: “El ser humano se lo merece”.
Mañana, a primera hora, enterraré a esos dos perros en el parque de la avenida principa

martes, 30 de diciembre de 2008

El mirador del viaje

Y por fin llegué al albergue. Allí, dejé mis maletas y saqué mi mochila llenándola de las cosas que más me iban a hacer falta para este pequeño paseo por la ciudad: mapa, agua, galletas, dinero, cámara de fotos, el abrigo… No me paré ni siquiera a ver qué tal estaba el albergue, lo único que quería era visitar esta pequeña gran ciudad…

Salí rumbo a conocer la ciudad. Era una ciudad del siglo XV, amurallada, todo verdoso y con muy pocos negocios, pero los pocos que había, vivían del turismo.

A mí siempre me gustó viajar solo, y casi siempre lo hacia de esa manera: cuando tenía mis vacaciones, arrancaba el coche y camino a la primera ciudad que veía en el mapa. En este caso, me toco una ciudad del norte, donde se estaba en pleno día a cinco grados.

Allí, visité la iglesia, la plaza mayor, el ayuntamiento, sus murallas, el alto de las murallas, el paseo en ellas, y allí… Una chica me miraba de frente, apoyada en la parte saliente del muro, con las manos metidas en el bolsillo y su largo cabello al aire…

- …Hola… - decía con un cierto toque de tímida.
- Hola…Cuánto tiempo, ¿no? – nos decíamos, pero en ningún momento ni uno ni el otro se daban el beso de saludo.
- Si, ya casi mas de tres años…
- Si, y parece que fue ayer…
- …Si…Bueno, ¿quieres que te enseñe la ciudad? – me preguntaba ella, de alguna forma para romper el hielo.
- No hace falta, me he comprado este mapa que me explica todo muy bien… - decía yo, como siempre rompiendo los buenos momentos.
- ¡Déjate de mapa y fíate de mí! – me decía ella tirando bruscamente de la guía, dejándolo caer al suelo y a la vez cogiendome de la mano.
- Ya lo hice la ultima vez, y no salimos muy bien parados – dije yo, pero, de verdad, me salio del alma. Mi intención no era reabrir heridas….
- No diré nada… - ella prefería callarse…

Me acompañó en todo el viaje, desde las 10 de la mañana que fue cuando nos vimos en esa muralla fortaleza que cubría la ciudad, hasta cuando empezó a caer el sol, anochecía y tocaba un pequeño tour por la ciudad de noche, donde salía esa parte de la ciudad que no se ve de noche.

Antes de que anocheciera del todo, ella quiso llevarme a un mirador de la ciudad, que según ella, muy pocos turistas y guías conocían, pero quizás era el mejor sitio para ver una puesta de sol.

Nos sentamos en el tranco del mirador, que daba a un barranco y allí, abajo, se veía el gran lago de la ciudad, donde el agua estaba serena, que servia de espejo para el sol, mientras muy pocos pájaros que desconocía, pasaban rozando el agua en captura de un pequeño pez para sus crías y alimentarlas.

- ¿A qué es precioso el sitio? – me preguntaba ella mientras los dos contemplábamos las vistas.
- Si, es precioso y ¡esto no venia en la guía!
- Para que veas que no todo esta en las guías.
- Te haré caso la próxima vez…si la ahí…
- Me quedaría aquí toda mi vida…
- …
- ¿Todavía sigues pensando en mi, Víctor?
- ¿Qué te hace pensar eso, Cristina? – nos preguntábamos, sin despegar los ojos de la puesta, pero no por lo bonita que era, si no porque no éramos capaces de mirarnos…Y así estuvimos todo el viaje…
- Me meto casi todos los días en tu blog, y se que muchas de las historias que escribes van dirigidas a mi…
- Creo que en ninguna historia he firmado poniendo que van dirigidas a ti…
- Ya…pero quien te conoce sabe que si… - decía ella.
- ¿Acaso me conociste en el tiempo en el que estuvimos viviendo juntos?
- Te conocí bastante…Además, ahí una barbaridad de ciudades en España en el que puedes ir de turismo y has venido a la que sabias perfectamente donde me residía…
- Siempre tuve ganas de ver esta ciudad… Y, por cierto, tengo entendido que vas hablando muy bien por ahí de mi, incluso he oído decir que fui un gran amante…
- Habladurías… - decía ella mientras seguíamos sin mirarnos a los ojos, y el sol ya casi ni se veía… Se iba haciendo de noche…
- Donde hubo, retuvo…
- Lo dirás por ti…
- Lo digo por los dos…
- …No puedo resistirme… - decía ella en voz baja, como si estuviera deseando quitarse algo de encima. Se quitó la coleta, se dejo esa melena suelta que tanto me gustaba, giro su cabeza al lado derecho donde yo me sentaba, me cogió del cuello de la camisa, y me obligo a girar mi cabeza a mi izquierda. – Estas deseando de volver a probar mis labios, esos labios con los que tanto te gustaba jugar y los que nunca has olvidado… - me decía ella poniendo sus labios rozando con los míos solo en el momento en que hablaba, y yo, con todas mis ganas deseando probarlos.
- ¿Quién ha dado por hecho de que quiero jugar con ellos? Además, la última vez esos labios me jugaron una mala pasada…
- Se ven en tus ojos…y los ojos son el espejo del alma… - me decía ella, mientras me quitaba la mano del cuello y las pasaba por mi mejilla, acariciándome el pelo, las orejas, dibujando en aquello que una vez fue suyo…
- Pero a veces la razón se impone ante el alma… - le decía mientras mis manos subían por su abdomen, pecho, recorrí su cuello y poco a poco llegaba su cara donde dibujaba junto a ella.
- Pero en el amor, el alma supera a la razón… - ambos seguíamos hablando uno enfrente del otro, sin separar nuestros labios, pero a la vez sin besarnos.
- Tu lo has dicho, querida, la razón se queda por debajo del alma, pero no queda fuera de juego...a veces la razón puede llegar a ganar…

El sol se escondió definitivamente, y allí, sus labios, decididos a juntarse con los míos, mientras los míos, temblorosos de esa tensión que se vivía en ese mirador.

Retiré mis labios de los suyos y se los puse pegados al oído:

- A veces la razón puede llegar a ganar… - le decía en voz baja, casi insonora. Le di un beso en la mejilla con todo mi amor y me fui…

La Tesis

Allí estaba yo, apoyado sobre la barra del bar, observando todo lo que me rodeaba esa noche: camareros, copas, chicos, chicas, chicos borrachos, chicas borrachas, chicas quinceañeras que los porteros las dejaron entrar sin ni siquiera pedir su DNI…

Sabía perfectamente a qué hora llegaba ella…Sobre la una de la noche estaría ya fumándose su cigarrillo y pidiendo su bebida favorita: ron con Coca – Cola.

Efectivamente: a las una menos diez llego a la barra, rozándome con ese perfume que se echaba cuando estaba con ella en aquellos tiempos remotos. Se sentó en el taburete de la barra, pidió su ron con Coca – Cola, pago los siete euros que costaba la copa, mientras detrás de ella, un chico llamado Rafael, conocido por toda la ciudad por sus grandes músculos (aunque yo mantengo la teoría de que aquel que tiene grandes músculos, de cerebro va algo atrasado), se acercaba a ella, sin aun conocerla y pude contemplar parte de la conversación que mantuvieron:

- Hola, guapa… ¿Vienes de visita por esta ciudad?
- Lo siento, chico, soy de aquí. ¿Te conozco? – decía ella haciéndose la dura.
- No, pero a partir de ahora me vas a conocer, mi nombre es JuanMi.
- Encantada – decía ella dándole la mano, cogió su copa y se dio la vuelta dirigiéndose a su grupo de amigos con los que había venido.
- Vete, pero te estas perdiendo a una gran persona por conocer… - decía el a medio grito, intentando convencerla.

Viendo que el pobre JuanMi no triunfaba con la chica le pidió un chupito de tequila al joven camarero que nos servia por aquella zona de la barra. Yo, como si su cabeza fuera de cristal, veía transparentándose sus ideas, y sabía casi a la perfección su segundo pasó a dar.

El camarero le servio el chupito, y viendo que le miraba a él mientras cerraba sus dedos a coger ese pequeño vaso, me dijo:

- ¿Qué? ¿Tengo monos en la cara?
- No, pero si como si te hubieran dado con un saco lleno de martillos – le decía yo, sin cortarme.
- Ummm…me caes bien… ¿Un chupito?
- Venga, aunque ahora mismo estoy bebiendo Whisky, pero por mezclar con un simple chupito, no creo que pase nada.
- Camarero, ponle a mi nuevo amigo otro chupito de tequila a mi costa – le decía dirigiéndose nuevamente al chico joven de la barra. Mientras me lo servia, él se esperó y me empezó a hablar. - ¿Por qué nos mirabas mientras hablábamos?-.
- Soy sociólogo y estoy aquí para estudiaros. Tengo que hacer una tesis sobre el comportamiento de los jóvenes en los lugares de ocio y ahora mismo estaba estudiando vuestro comportamiento natural, fuera de esos libros que nos tenemos que estudiar, y viendo en directo todos vuestros comportamientos – en ese momento me sirvió el chupito.
- ¿Y que dice tus libros sobre mi comportamiento? ¿Qué lo estoy haciendo bien?
- Digamos que mis libros no cuentan nada, aunque si te recomiendo que la dejes…es muy difícil…
- Ya… Pues deja de estudiar y emborráchate – me dijo él, haciendo caso omiso a mi consejo. Ambos cogimos el pequeño vaso y trago de tirón, pasando esos grados de alcohol por nuestras jóvenes gargantas. – Que te sea leve tu estudio. Adiós.- se despidió.

Yo, apoyado en la barra para que no se cayera (ironía), seguía con mis whisky, bebiendo como si se tratara de vino: saboreándolo, sintiendo sus aromas, el paseo del líquido por mi lengua…

Pasado las horas, ella volvió a pedir otra copa, tras las dos que se había bebido antes, y como era normal, cerca de donde estaba. JuanMi volvió a acercarse a la chica, ya que, tal como dije antes, su cerebro es de cristal, y una de las ideas por la se le pasó fue acercarse a ella dos horas mas tarde, ya que estaría mas contenta y así, poder conocerla (y, porque no, llevársela al huerto…).

- ¿Otra vez tú? ¿No te he dicho que me dejaras en paz?
- No, que yo sepa no me lo has dicho – decía él, intentado que fuera mas amable ella con él.
- Es verdad, no te lo dije, te lo di a entender: ¡Déjame en paz! – decía ella muy borde.
- Mira, te seré sincero: son las 3 de la mañana, y hasta las 7 o a las 8 que te quedarás aquí, voy a seguir insistiendo, hasta que me concedas, por lo menos, un baile…la canción a libre elección tuya.
- Dios… ¿pero que quieres de mi? – decía ella harta, pero poco a poco iba cayendo en las redes del chico de la perilla, JuanMi.
- Solo quiero un baile contigo y, si me apuras, conocerte, pero eso ya lo hablaremos después, ¿vale?
- Ummm… déjame que me lo piense…mientras vete con tus amigos y no vuelvas a dirigirme la palabra durante, por lo menos, dos horas.
- Esta bien, pero a las dos horas volveré a darte el tostón…
- Vale, Vale… - decía ella mientras se iba hacia el grupo de sus amigos, y él en la barra, al lado mía, con la copa medio llena, pero pidiendo otra, ya que por los nervios no sabia que hacia.
- Enhorabuena…parece que lo vas a conseguir – le decía yo, mientras él miraba a un lugar pendiente de conocer con una pequeña sonrisa que espantaba los moratones ficticios que le había echo el saco de martillos.

En el momento que escuchó mis palabras salio de ese sueño y me miró:

- ¡Anda! ¡Pero si eres tú! ¿Todavía sigues estudiando?
- Ya ves, no descanso para mear ¡Jajaja!
- Ya veo, ya…al final creo que has salido perdiendo… - decía él, recriminándome el consejo que le había dado.
- Si, eso parece…

En ese momento llegó el camarero con la copa que le había pedido y diciéndole el precio de ella.

- Perdona, pero te has tenido que equivocar…yo no he pedido nada…
- ¿Cómo que no? Me has dicho que te sirviera esta copa… - decía el chico joven empezando a cabrearse.
- Vale, vale. Toma. – le decía mientras le daba el billete de 20 euros- Te gusta el Whisky, ¿no?
- Bueno, al alcohol no le hago asco…
- Vale, pues esta copa te la invito yo, por ese consejo que me habías dado ¡Jajaja!
- Brindemos por tu futura conquista – le dije levantado la copa para brindar.

Se despidió de mí y se fue. Mientras, yo allí, con dos copas casi sin empezar y el alcohol, sin nadie, a pesar de lo contradictorio que era, ya que la discoteca estaba a rebosar.

Seguí con la vista a JuanMi y no estaba muy lejos de mí: con sus amigos, unos tres o cuatro echándose unas risas y apostando entre ellos si esta noche conseguiría ligársela.

Digamos que yo me encontraba entre la chica (que, a mi entender, se llamaba Sara) y él, ese colega que me había echado en la discoteca y que lo más seguro que mañana me olvidaría de su cara.

Acabé mi copa y empecé la otra que me había invitado JuanMi. En ese momento salio una canción que a mí me traía muchos recuerdos: Apologize de One Republic, un grupo norte americano, un gran éxito en todas las cadenas de radio, canción lenta.

De reojo, vi como Sara se acercó a él, le cogió de la mano y le retiro de su grupo de amigos. Se fueron a un lugar en él que ni los amigos de Sara ni los de JuanMi los podían ver…pero yo, que pillé el sitio ideal donde veía gran parte de la discoteca, los veía.

Allí, en ese lugar, bailaron.

Viendo como ambos bailaban de una forma sensual y se susurraban cosas al oído, tras terminar la canción, los dos coquetearon con sus puntas de las narices y sus sonrisillas, y no quisieron volver con sus amigos…A los tres minutos, tonteo tras tonteo, se besaron, de una forma seria, sensual, como si de enamorados se tratara.

- Dime cuanto te debo, chico – le decía al camarero preparado para irme, mientras sacaba mi monedero.
- Son cinco copas…33 euros, por favor. – decía todo educado el chico joven.
- Toma, quédate con el cambio, Gracias.
- A ti.

Antes de salir por la puerta de la discoteca quería pasar cerca de ellos. Justo rozando el bolso de ella, saqué mi puñal del gran bolsillo que llevaba la chaqueta y se lo clavé en todo el estomago. Su cuerpo calló ensangrentado al suelo, tapándose la profunda herida que le había provocado. Me acerqué a el, me puse tras su oreja y le susurré:

- Te recomendé que la dejaras – le pasé la hoja del cuchillo por el cuello. Se ensangrentó.

No soy sociólogo, ni tampoco estoy haciendo una tesis, pero conocía a Sara, fue el amor de mi vida y nadie podía tocarla… nadie…

viernes, 21 de noviembre de 2008

El sofá comodo.

Acababa de llegar del trabajo, me quite el traje que la empresa me obliga a llevar y me puse ese pijama que todos utilizamos para estar en casa, sea la hora que sea.

Este pijama me lo regalo una antigua novia que tuve que, a pesar de lo mal que acabamos, huele a ella, y no penséis que no lo lavo desde que lo deje (que hará de eso un par de años), si no que todo aquello que te lo ha regalado alguien que le tenias cariño, siempre acabas obsesionado en que huele a el/ella, aunque lo eches encima cinco kilos de estiércol.

Pues como decía, me estaba preparando para hacerme una tortilla con quesitos, de las cuales tanto me gustan. Encendí la encimera y empezó el aceite a calentar, mientras batía los huevos y le echaba los pequeños trozos de queso. La verdad que cuando haces una comida de las que tanto te gusta, parece que cada batida, cada corte y chorreo de aceite lo mimas: el corte lo haces milimetrado, con delicadeza, ajustándolo a la medida exacta del trocito de queso que hay que echar, porque si no te sale el corte bien, eres capaz de no comerte la tortilla que tanto te has trabajado.

Mientras le daba la vuelta a mi comida con caché, el móvil me empezó a sonar. En la pantalla vi: Cati. Catalina, aunque todos la llamábamos Cati, es una gran amiga mía. Es la única amiga que tengo en la ciudad, ya que hace poco me vine para acá una vez que me independicé de mis padres. Tengo amigos, pero amiga solo ella. No suelo rodearme de muchas chicas, más bien soy tímido y muy reservado para mis cosas.

Sostenía el teléfono con el hombro, mientras cogía la sartén con su asa:

- Dime, Cati.
- ¡Ei, José! ¿Qué tal? – me preguntaba como saludo.
- Pues nada, tía, aquí estoy, preparándome una tortilla…
- De quesitos, ¿no? – me cortó ella.
- …Como me conoces…¡jajaja! –

Cati es de esas amigas de las que tus amigos te preguntan “¿estas con ella?”, tu les respondes “No, somos amigos” y ellos te recriminan “Joder, con lo buena que está y tu sin follartela… ¿eres gay?” Para responder a esa pregunta, la cual no nos hacen mucha a gracia a muchos, no, no soy gay. Pero Cati es esa amiga, que desde un principio la conoces como posible rollo, pero ese posible rollo se hace tan largo que finalmente pasas a la fase “Amigo”, esa fase que ni puedes ascender, ni puedes descender, esa fase que nunca podrás salir con ella como pareja, ni podrás tampoco pelearte con ella, porque sois tan buenos amigos y os conocéis tanto, que cómo vais a derrochar esa amistad tan profunda…

- ¿Te apetece salir este sábado? – me preguntaba ella
- ¿Al cine? No hay nada interesante, sinceramente…
- No, al cine antiguo. Ese que hay en la calle Alberto Aguilera, donde proyectan películas antiguas. Me apetece algo tranquilo…
- A mi también, tal estrés tengo en el trabajo que lo que menos quiero es meterme en un sitio donde hay mas jaleo…
- Vale, la sesión empieza a las diez, ¿me recoges?
- Por supuesto, a las nueve y media en tu casa.
- Besos, gordi…
- ¡Besos, fea!

¡Ya tenia plan para el sábado! La verdad pensaba quedarme en casa haciendo limpieza, guardando la ropa de verano y sacar parte de la ropa de invierno…cosas que tengo aun pendientes de hacer…



A las nueve y media ya estaba en su casa, esperándola. Le pegué un pequeño claxon, para no molestar a esos vecinos que han estado todo el día trabajando, y al rato salió ella.

- ¿Qué tal, guapo? – me decía mientras me plantaba dos besos en la mejilla.
- Ya ves, recogiendo a una vagabunda…- le decía para cabrearla.
- ¡Que tontorron! – me decía ella pegándome una colleja de forma cariñosa.
- Vamos al cine, ¿no?
- Claro, ¿Dónde si no? – me decía ella, como si yo no supiera nada…
- No se, podíamos ir a mi casa y ya tu sabes… - le decía en broma.
- Lo siento, José, sabes que lo tuyo y lo mío nunca será posible ¡jajaja! – me contestaba ella.

Arranqué el coche y nos fuimos al cine antiguo. Normalmente allí iban dos perfiles de personas: las parejitas recién enamoradas y los friáis del cine antiguo…nosotros escapábamos de esos perfiles.

Compramos unas palomitas, unas bebidas y nos dirigimos a los asientos que formaban la sala.

La película que proyectaban era “Luces de la ciudad” de Charles Chaplin, una película que, personalmente, me encantó, aunque ya la había visto anteriormente, pero por no romper el plan de Cati, preferí callarme y disfrutar como si fuera la primera vez que veía esta obra maestra.

Al salir, me preguntó ella:

- ¿Te ha gustado? Es preciosa…
- Ha estado bien… - le decía dudando
- …
- …
- Ya la habías visto, ¿verdad? – me decía ella.
- …Si… - contestaba de forma tímida.
- ¡Contigo no se puede ver ninguna película! ¡Las tienes todas vistas! – me decía gritando pegándome una torta suave en el hombro.
- Sabes que me gusta el cine, y una película como esta no se me podía escapar…
- Serás…Mira, se me quitara el enfado si me invitas a una cerveza en tu casa.
- Vale, espero que tenga el frigorífico lleno de cervezas, que de eso no hay duda, y la casa este limpia, cosa que no creo que ocurra.
- Me da igual, mientras haya cerveza… ¡jajaja!
- Entonces, ¡Vamos!

Mi casa es un piso bastante acogedor, con decoración moderna y lo mejor que tiene, y no es porque sea mía, son los sofás. Algo tienen esos sofás que hacen que te quedes dormido al instante, y no soy el único que lo dice:

- ¡Tío, que sofás más buenos tienes! ¿Dónde te los compraste?
- Pues la verdad que los compre en la primera tienda que vi donde vendían sofás, tenia que amueblar el piso de alguna forma.
- Claro…como tú ganas bastante, ¿qué mas te da gastarte lo que sea en unos sofás como estos?
- No es eso; necesitaba algún sitio donde sentarme a gusto viendo una película con mi cerveza.
- Tráete la cerveza, anda – me mandaba ella, evitando mas explicaciones sobre los sofás.

Mientras yo iba a la cocina, le preguntaba que tal le fue las dos semanas que no la había visto:

- Bueno, dime ¿qué has hecho en estas dos semanas? – le preguntaba mientras metía la cabeza en el frigorífico y retiraba tappers de comida en busca de las cervezas perdidas.
- Me fui de viaje – me contestó ella, sin dar mas explicación, sabiendo que no me había contado nada.
- ¿De viaje? Anda que me dijiste algo…
- Me fui con unos amigos…
- ¿Amigos? Pero si solo me tienes a mi como amigo – le decía de broma mientras asomaba por el marco del comedor de la puerta.
- ¡Va! Se empeñaron algunos amigos en ir a Ámsterdam de viaje y allí estuvimos tres días. Pillamos un vuelo barato, unos albergues y ya esta.
- ¿Y con quienes fuiste? ¿Con los compañero de clase? – le decía mientras le ponía la botella sobre la mesa del comedor que tengo enfrente de la tele (típico sitio donde se apoya las piernas). Cati trabajaba de administrativa en un hospital, pero a la vez se intentaba sacar un curso de peluquería, que era algo que tanto le gustaba.
- ¿Este cuadro es nuevo? ¡Esta chulisimo! – me decía ella levantándose del sillón y acercándose al cuadro. Yo le seguía con cerveza en mano. Fue un cuadro que compré en el centro comercial. En el aparecía un disco de un teléfono antiguo y una mano marcando el 8.
- Si, me lo compré la semana pasada: Esta pared estaba vacía y necesitaba algo con que decorarla – le contestaba yo.
- Te he traído un regalito de Ámsterdam – me decía ella.
- ¡Ah! ¿Si? ¿¿Qué es?? ¿Las típicas vacas de colores de allí? – le decía yo todo ilusionado.
- ¡Que va! ¡Algo mejor! – me decía ella mientras buscaba en su bolso - ¡Mira!

Una bolsita con hierba fue lo que sacó de su bolso y no era precisamente té; efectivamente era María.

- ¿Te has traído eso desde Holanda? ¡Te podían haber parado en el aeropuerto!- le decía cabreado.
- ¡Va! Estos holandeses son demasiados confiado… ¿Quieres probar lo que es calidad? – me dijo ella incitándome a probarlo. Evidentemente yo no podía privarme, siempre fui un enganchado a los porros.
- ¡Faltaría más! ¿tienes papel? Yo tengo.

Saque mi cajetilla de papel, la cual no la había abierto desde hace un par de años, desde que entré a trabajar en este trabajo tan formal que no me dejaba ni fuera de ella disfrutar de la vida.

Nos pusimos a fumar mientras en la tele dejamos el canal italiano Rai 4 que podíamos pillar por la TDT. Hablamos sobre chorradas, mezclando cerveza con los porros. Sobre la pequeña mesa había más de diez botellines vacíos, unas patatas fritas y mucho humo en el comedor, tirados en los cómodos sofás.

- Tío, nunca he hecho un curso de italiano, de hecho nunca he ido a Italia, pero entiendo perfectamente lo que dicen en el debate este de italianos ¡jajajajaja! – me decía ella fumada perdida.
- ¡Tía, estas chutada perdida de la Maria esta holandesa! ¡jajajaja!
- Ya, ¡pero qué buena está!

Los dos nos tumbamos de una forma muy rara: los pies sobre los reposaespaldas del sillón, las cebas nuestras una junta a la otra, con nuestros pelos entremezclados y mirando al techo, mientras que el humo que se mantenía en la habitación hacia dibujos raros y nosotros intentábamos adivinar que intentaban retratar.

- Mira, ese quiere dibujar un carro – le decía yo mientras le pegaba una calada al porro que me había pasado Cati.
- Pues ese parece una pareja de enamorados uniendo sus cuerpos –decía ella mirando a otra nube. Me cambié de postura y me puse mirando a ella.
- ¡Tía, que bonito lo que acabas de decir! – le dije yo. En ese momento ella cambio su postura y se puso enfrente de mí mirándome, cara a cara, con las frentes pegadas. En ese momento se quedó callada, no decía nada, solo nos mirábamos con las frentes pegadas, sin despegarse un milímetro.

En ese momento noté que sus labios temblaban, pidiendo algo pero que su boca no era capaz de decir por no romper ese momento.

Su temblor en los labios se le contagio a los míos, y poco a poco se iban acercando, a la vez que nuestros ojos se cerraban, como intentar no ver algo de lo que luego podíamos arrepentirnos. Finalmente nos besamos. Era algo mágico, algo que nunca te esperas, como si de repente vas por la calle y te cae desde el cielo un millón de euros, algo que en la vida puede suceder, pero siempre hay uno entre un billón de que pase, y este fue ese uno.

Entre lo drogado que iba y la emoción que solo expresaba besándola no sabia que hacia, pero lo que hacia a ella le gustaba.

Pasamos la noche juntos, besándonos, acariciándonos, haciendo el amor y hablando con susurros…mientras los espectadores y protagonistas del debate italiano sobre la presidencia italiana nos contemplaba como testigos de ese momento.
Nunca olvidare ese momento…

Al día siguiente, al despertarme, ella estaba al lado mía, tumbada, acurrucada mientras yo la abrazaba. En esos primeros minutos no caí quien era, pero la seguía abrazando. Una vez que me despejé de verdad caí que era Cati y como si con una torta me hubiera despertado me levante corriendo al baño.

Allí, corriendo cerré la puerta con seguro y me senté sobre la tapa del vater cogiendome de los pelos diciendo en voz baja:

- ¡¡Putos porros de mierda!! ¡La acabo de cagar! ¡¡Joder!! – El cuarto de baño era pequeño, pero lo suficiente como para dar vueltas por el, pensando que mierda acababa de hacer…Si, lo se, tirar una amistad por el cubo de la basura.

A los quince minutos de pensar como arreglar esto, salí de allí y me dirigí al comedor… ella ya no estaba. Se fue.

Me senté en el sofá y tumbé la cabeza sobre el posabrazos…olía como su cabello… Sobre la mesa me dejó una nota:

Esta tarde pasaré por el café Central Perk. Espero verte allí.

Cati.


Supongo que ella también calló en lo que habíamos echo esta noche, y prefirió no saber nada y salir corriendo del sitio, dejando ninguna pista…bueno, si, su olor sobre el posabrazos…


A las cinco estaba sentado en la terraza del café, esperándola, todo arreglado (me había echado gomina y todo, cosa rara en mi). La verdad que en la nota no me dijo hora, pero era aproximadamente la hora que quedábamos para tomarnos algo los domingos de resaca.

A lo lejos de la avenida venia ella. Por allí iba, con sus andares y ese arte que tiene, con su cabello largo bailando con el aire. Iba agarrado de alguien…era Miguel, amigo común. Aunque si habíamos quedado para hablar sobre lo que paso, no se qué pintaba Miguel aquí.

- Hombre, José ¿qué tal? Cuanto tiempo ¿no? – me saludaba Miguel.
- Hola, Miguel, aquí estamos, tomándonos un Licor para calmar la resaca de ayer… - decía mientras miraba a Cati agarrada del brazo de Miguel.
- Nosotros vamos a ir al pub este nuevo que han abierto, el Seven, a tomarnos algo. Hemos quedado con una pareja de amigos.
- Ahhh…vale… - no pude decir otra cosa. En ese momento me acabé de dar cuenta que Cati estaba con Miguel…ya entiendo toda la conversación sobre el viaje… no fue con amigos del curso…fue con Miguel… - Bueno, pues que os divirtáis.
- A ver cuando quedamos para echar una partida al billar… ¡Para volver a ganarte! – me decía él invitándome a divertirnos…si supiera que va a ir su puta madre…
- A ver… - le dije yo.

Salieron caminando avenida arriba…en un momento, no muy lejano del sitio donde estaba sentado, miró hacia atrás, y me lanzó un beso…





Su BSO:

sábado, 1 de noviembre de 2008

Soy una leyenda

- Sólo tiene estas cuatro paredes pintadas de blanco… - me decía una Voz Irritante
- ¡No! ¡La gente me quiere! – le contestaba
- ¿Quién le va a querer? ¿Sus padres? Sus padres están muertos… ¿Sus hermanos? Sus hermanos no le quieren ver ni en pintura… ¿Su novia? Su novia se la está pegando con otro… ¿Su perro? Ese solo quiere que le dé de comer…
- ¡Cállate, joder! – gritaba desesperado.
- Sabe que llevo la razón…
- ¡No llevas razón! ¡Tu solo quieres que desaparezca, coño!
- Quiero que desaparezca porque es un bien para usted y para todos…nadie le quiere…
- No digas eso…- decía tapándome los oídos y recorriendo esa habitación en blanco de un lado hacia otro, sin rumbo alguno.
- No, Sujeto, nadie le quiere…solo la soledad.
- ¡No, no, no y no!
- Sabe que la soledad es lo que le ampara durante su larga y solitaria vida…
- ¡¡¿Quieres callarte, joder??!! – mis ojos rojos llenos de rabia empezaron a saltar pequeñas lagrimas mientras seguía dando vueltas por la habitación sosa.
- Tiene esa ventana que le espera…situada en un quinto piso y debajo tres planchas de asfalto por donde pasa diariamente miles y miles de millones de personas, personas que si tiene el derecho estar en esta vida, porque tienen responsabilidades: marido, mujer, hijos, trabajo, casa… usted no tiene nada eso y vive en un piso de alquiler penoso…Fíjese…tiene un teléfono móvil… ¿Alguien le llama? No; pero no solo un día, sino durante largas semanas no le llama nadie…
- ¡La gente está trabajando, tienen sus mujeres e hijos, tienen responsabilidades! – intentaba justificar de alguna forma.
- ¡Por eso! Usted no tiene nada de eso…tiene 35 años, ya no tiene vida para irse de fiestas…
- ¡Ya, pero puedo levantar mi vida! ¡Puedo dejar a mi novia, irme de este piso infernal e darle un limpiazo a mi vida!
- Sujeto…su vida ya no la puede arreglar…Coja la única salida que tiene y váyase…nadie le echará de menos…
- ¿Y mi trabajo? Soy bueno en mi trabajo – le preguntaba.
- Mañana va a hacer reducción de plantilla y usted encabezará esa lista…
- ¿Y mis planes de futuro?
- ¡Jajajaja! ¿Comprarse esa caña de pescar que siempre había querido? ¿Irse de viaje a Barcelona? ¿Tirar la basura antes de que pase el camión de la basura?
- ¿Y todo lo que he conseguido en mi vida?
- Su vida ha sido un engaño, Sujeto… ¿Aún no se ha dado cuenta? Llevamos toda la conversación hablando de lo mismo…
- ¡Pero siempre me quedará el whisky!
- El whisky es la bebida que define a los solitarios, desamparados y borrachos…
- …
- La ventana le espera, Sujeto…es su única opción…
- No quiero irme…pero sé que aquí no pinto nada…
- A todos les cuesta…pero mírelo por el lado positivo: al menos sabrá quienes van a ir a su entierro…
- …Mi vida es una puta mierda…No tengo nada… - decía hipnotizado, dirigiéndome hacia la ventana sin reja… Al llegar allí, asomé la cabeza…vi como la gente pasaba de un lado hacia otro… Unos iban trajeados, sonriendo mientras hablaba por teléfono y se escuchaba un “te quiero, cariño”; otros iban en grupo de tres, cogidos de la mano y su hijo en medio, mientras que imitaba como un balancín los brazos de sus padres; y otros con sus grupos de amigos echando unas risas mientras hablaban sobre todo aquello que hicieron el fin de semana pasado.


Su Banda Sonora:

sábado, 18 de octubre de 2008

Ron con Coca - Cola

Era un sábado por la noche. Colgué el móvil tras haber hablado con ella. Estaba tirado en el sofá, haciendo zapping, sin prestarle atención a lo que la caja tonta quería enseñarme, pensativo y con el vicio de pulsarle al botón + del mando.

De repente, como si se encendiera la bombilla que tenemos todos sobre la cabeza, decidí llamar a Pedro.

- Pedro, ¿Qué haces, cabrón? – le decía yo.
- Pues nada, tío, acabo de encerrar el coche en el garaje. He estado todo el día con Sheila.
- ¿Y ya estás solo? – le preguntaba.
- Sí, vente para mi casa.
- Que va. Vamos a salir, tío. Vamos a los locales que hay por el centro.
- ¿Tú? ¿Salir? ¿Te has dado un golpe? Si para ti salir es ir al cine – se burlaba Pedro.
- Qué gracioso.- decía con ironía.- Que va, tío, me apetece salir.
- Venga, vale. Déjame que me duche y te recojo.
- Perfecto. A las una en mi casa.
- Venga.

Colgué. Rápidamente fui a ducharme y buscar alguna ropa nueva, ya que tras la mudanza tenia todo en cajas. Planché y esperé viendo ese programa de cotilleos y más tarde me fui al tranco de la puerta.

A los quince minutos de salir de mi casa, mientras jugaba con una hormiga y un palo, sentí el claxon de su Renault Megane. Allí estaba él con la música reggaeton haciendo pedazos los altavoces.

- Tío, vas a hacer trozos los altavoces – le regañaba.
- Que va, si hace una semana se los puse nuevos. Son Pioneer – respondía él. Siempre le gustó preparar el coche y mantenerlo lo más preparado. Incluso, a veces iba al centro comercial que había cerca de nuestra casa, y ya sabia que él andaba por allí...porque veía su coche. Era único en la ciudad.

Llegamos al centro. Había mucha gente, algunos, a pesar de que fuera las una de la noche, ya estaban echando las potas en algún tranco de un local cerrado.

Mientras que andábamos por la calle y buscábamos algún local que aparentemente pareciera interesante, observábamos a la gente. Algunos haciendo botellón en la acera, otros enrollándose en alguna esquina, y otros con esas motos jaleosas por las calles del centro, dando gritos como animales.

- Fran, vamos a entrar en este local. Tiene muy buena pinta – me decía Pedro. Pedro había salido más de una vez, con su novia o con sus compañeros de trabajo, ya que él era completamente distinto a mí. A mi me iba mas la tranquilidad y otras formas de divertirme. A él mas el jaleo, pero siempre decía que a veces le gustaba un poco “mi rollo”.
- Venga, entremos pues – le contestaba.

Entramos al local, siempre antes de que los porteros, rumanos, grandes y vestidos de etiqueta nos echaran una mirada de arriba a abajo. Estaba completamente repleto de gente, no había ni una losa del suelo por cabeza, era brutal. Delante mía iba Pedro, haciendo camino hasta llegar a la barra, mientras tocaba a las tías por la cintura de una forma cariñosa y a los hombres solo con mirarles con mirada de cabrón.

Llegamos a la barra y allí nos pedimos lo que más nos gustaba a cada uno: él, un JB con Coca Cola; yo, un Martini blanco con Sprite. Hasta para los gustos éramos distintos…

- Tío, como está el ambiente, ¿no? – me decía él para hablar sobre algo.
- Pufff…tú sabrás más de esto que yo – le contestaba.
- Pues viniendo hacia la barra, más de una te ha echado una mirada de arriba abajo…con ganas de hacerte pedazos ¡jajajaja!
- Anda, deja de decir tonterías.

Los dos no soltábamos la barra, con la espalda apoyada en ella; éramos como los porteros de la entrada a la discoteca, quien la tocaba, le echábamos una mirada de arriba abajo. Los dos estuvimos callados, solo observando el ambiente. De repente, me toca el hombro:

- Tío, te tengo que decir una cosa, que no te va a hacer gracia.
- Dime, no te preocupes – le dije.
- Viene Sheila – dijo él rápidamente.
- ¡Tío! ¿Para qué le dices que venga?
- Me lo dijo ella, y como comprenderás no le voy a decir que no – se justificaba él.
- Joder, ¿pero es que no entiende que es una quedada de amigos? – le preguntaba.
- Venga, Fran, ¿qué más te da? No se porque te cae tan mal…
- No me cae mal, simplemente que respete nuestro espacio.
- Tu tranquilo, que veras que bien nos lo pasamos.
- … -no conteste. Solo quería que la noche siguiera tan bien como iba.

Mi forma de divertirme siempre ha sido rara. Cuando la mayoría de la gente se lo pasa bien en una discoteca hablando una con otra y enrollándose con ellos o con ellas, yo, con solo estar al lado de mi amigo, en puro silencio y haciendo el payaso a nuestra manera, con eso me bastaba.

A la hora de la conversación que tuvimos que casi hace irme de allí, vino ella. Solo me miro a lo lejos y directamente puso sus ojos sobre él. Le saludo con un “Hola” muy suave, y se empezaron a besar.

- Anda que…será perra…se va a cortar mañana – decía para mi mientras me giraba para ver como trabajaba la camarera.

Al rato, a los quince segundos, sentí un toque de un dedo en el hombro, como si alguien quisiera que me diera media vuelta, y me la dí. Vi a Sheila, me dijo “Hola” de una forma casi susurrando, a pesar de los altavoces, y me planto un gran morreo en los labios. Me quedé a cuadros, pero le seguí el juego…

Al terminar, me quedé mirando a Pedro, pero Pedro ni se inmutaba, como si fuera su madre cada vez que iba a su casa y me besaba en la mejilla…es como si le pareciera que fuera normal.
Al instante de dejar de besarme apoyó su cabeza en mi hombro y le pidió a la camarera un ron con Coca – Cola. Cuando se lo sirvió se puso delante de nosotros y sacó una bolsita de plástico con cocaína en ella.

- ¿Qué pasa? ¿Nos divertimos? – decía ella mostrando la bolsita.

Pedro me miró y me hizo un movimiento en la cabeza como de “vamos” dirección al baño. Llevaba 3 copas, y no si era la emoción del beso de Sheila o las copas, pero tiré junto a ellos.

En el baño fue puramente una orgía: Pedro esnifaba, yo besaba a Sheila y la iba desnudando; Yo esnifaba y Pedro besaba a Sheila; Sheila esnifaba y los dos la besábamos por el cuello, por la espalda, metidos en esas cuatro paredes que formaba la habitación del retrete.

Los tres nos pusimos ardiendo con ganas de pasárnoslo muy bien. Así que salimos corriendo del baño y de la discoteca y nos fuimos directamente al coche de Sheila, que lo tenía más cerca aparcado que Pedro. El piso estaba a escaso kilómetros del centro, por lo que no nos pilló ningún control de alcohol.

Al entrar en el portal del piso, ya empezábamos a besarnos, unos con otros, otros con unos, un no parar, y desnudándonos.

Sheila se sacó las llaves y abrió la puerta y todos directamente a la habitación de Sheila…

Fue una noche bastante excitante para contarla…

A la mañana siguiente, a las nueve de la mañana, estaba en la cocina, tomándome un vaso de leche caliente con Cola Cao, solo, sentado, con los pantalones vaqueros solos puestos, reflexionando sobre cómo fue la noche y con una tremenda resaca.

Al rato de sentarme, apareció Pedro en calzoncillos por el marco de la puerta:

- Tío, ¿Qué haces despierto? – me preguntaba con los ojos achinados de la gran resaca y estirándose.
- No tenia sueño… - le contestaba desanimado.
- Te lo pasaste bien, ¿eh?
- No estuvo mal, la verdad – le respondía.
- En la vida te has visto en esta situación ¡jajaja!. – decía mientras se sentaba en la silla opuesta a la mía.
- Bueno, he tenido de todo…
- ¿Tu? ¿El gran aficionado al sillón, el de las vueltas tontas con el coche y el cine de los viernes? ¡Venga, por favor! – decía burlándose de mi, creyéndose poco mis palabras.
- Nunca conocerás a una persona del todo.
- ¡¿Qué dices?! A ti la resacas te sienta peor que a mi.

Sobre mis piernas sostenía una pistola, con el dedo puesto en el gatillo y apuntando a Pedro, que estaba en el otro extremo de la mesa.

- ¿Sheila sigue durmiendo?
- Sí, está durmiendo.
- Sheila nunca quiso ver esto…

Apreté el gatillo y le di en todas sus partes. Se cayó de la silla con las manos puestas en la herida y apenas podía gritar del dolor que sentía. Sangraba como si se tratara de una matanza...y lo era. Me levanté de la silla y me puse en sus pies, viendo como sangraba y ponía el suelo de la cocina encharcada de sangre. Me quedé mirándole a los ojos y me puse de cuclillas cerca de él…

- Adiós, Pedro – dije y le pegué un tiro en la cabeza. Lo maté.

Me senté en ese sillón relax que tenia en su amplio comedor que daba a esa silla ensangrentada y goteando esas lagrimas rojas que brillaban por la luz que entraba desde la ventana y observando como se encauzaba la sangre hacia el patio.

A la media hora fui al baño y me lavé las manos, la cara y el pecho de las salpicaduras de sangre. Me sequé con la toalla y en ese momento apareció Sheila y me dio un beso en la espalda.

- Buenos días, guapo – me decía.
- Buenas. – me giré y le di un beso en los labios.
- ¿Lo has hecho?
- Si, esto se ha quedado zanjado – le decía dando fin a un plan que llevábamos tiempo planeando.
- Vale, dejamos el cuerpo aquí y nos vamos fuera de España. Tardarán en encontrar el cuerpo, ya que es un piso de vacaciones y poca gente vive ahora aquí.
- …
- ¿Te pasa algo?
- No, solo es la impresión. Vamonos.




Su Banda Sonora:

sábado, 13 de septiembre de 2008

01.24

Un día, cogiendo el interurbano camino para el trabajo la conocí. Fue de esas mañanas de un lunes que me levante con toda una resaca, con una barba de cuatro días y sin ningunas ganas de trabajar, todo perezoso. Mi maleta me acompañaba en el asiento de al lado del autobús, pero se empezó a llenar, y por cortesía la quité.

Allí se sentó ella, al lado mía, toda preocupada, mirando por los cristales para saber donde íbamos, mientras yo, sabiendo de por si que llegaba tarde, iba demasiado tranquilo. En ese momento, la pobre chica, sin saber que hacer me preguntó:

- Perdona, ¿tienes hora?- me dijo ella.
- No, no me quedan más. – dije yo. Uno de mis grandes defectos es que esos días que me levanto literalmente “echo peazos” soy malísimo para los chistes. – Perdona, mujer, es que no puedo remediarlo, es como un tic, cada lunes me pasa lo mismo: hago chistes malos.

Ella se rió. Un amigo mío siempre dice que cuando le haces a una mujer reír en el primer momento, tienes todo (o casi todo) a tu favor. Yo sonreí junto a ella.

- Es que llego tarde al trabajo y no me gustaría que hoy me tocara una riña por parte de la jefa – dijo ella toda preocupada.
- Tranquila, a tu jefa la conozco yo- dije yo todo seguro.
- ¿En serio? – me dijo ella mirándome fijamente a los ojos. Ahí me di cuenta de su hermosura y esa profundidad en sus ojos: azul celeste más vivos que los piojos de mi perro.
- Ya te digo que por las mañanas tengo muy mal despertar…

Ella se volvió a echar a reír. Mantuvimos algo de conversación. Me dijo que todos los lunes cogía el autobús tarde y que trabaja en el centro comercial de la ciudad, en una tienda de electrodomésticos.

A los 15 minutos ella se bajó del bus, despidiéndonos con una sonrisa y diciendo los dos “nos vemos en el autobús 20a”. Mi parada era la ultima, así que yo siempre veo quien sube y quien baja. Es como aquel amigo mas joven que los demás de sus amigos, salvo circunstancias ajenas a la muerte natural, siempre ves quien muere antes que tú.

Al día siguiente, yo con mi MP3 escuchando la canción de “Who Made Who” de AC DC e intentando seguir la letra que decía Malcolm John Young con esa voz chirriante. De repente, noté que alguien le quito a mi gran compañera de curro su sitio y me la dejo en los pies. Me quede mirándola y de repente mire el sitio donde la deje la última vez…como si de un fenómeno paranormal se tratara. En ese momento ví sus hermosas piernas, con una falda vaquera que le llegaba hasta el medio muslo. Seguimos hablando, nos preguntamos donde vivíamos cada uno, donde trabajábamos, si éramos de aquí, etc.

Según mi amigo Carlos, que os he comentado anteriormente: “si una tía, después de haberos visto, va bien vestida, es que le has gustado”. Si, se que estáis pensando: “tu amigo es un flipao”.

El jueves le pedí una cita. Ella acepto sin poner inconveniente alguno. Era algo que los dos estábamos deseando que nos dijéramos, pero siempre uno de los dos tiene que mojarse en ese sentido, y con esta chica me tocaba a mi.

El viernes por la noche pasé a recogerla. Se puso un vestido bastante elegante, de color azul oscuro, haciendo juego con sus ojos y con un paso que tenia hasta arte.

Nos fuimos a un restaurante poco conocido en la ciudad, me gusta llevar mis futuras conquistas a lugares poco comunes y así sorprenderla. Hablamos durante horas y horas, fijaros si hablamos durante horas, que nos tuvimos que pedir dos botellas de vino. Nos preguntamos por todo: nuestra vida en términos generales, las experiencia con otras chicas, su experiencia con chicos, el trabajo, nuestras aficiones, los viajes…La verdad que nos quedó poco para conocernos del todo.

A las 01.24 de la noche dejamos el restaurante y la llevé a su casa. Como su casa se encontraba en una urbanización con todas sus calles peatonales, tuve que dejar el coche a varios metros y acompañarla.

En su puerta nos quedamos hablando un poco mas, y despidiéndonos, pero en realidad los dos no nos queríamos separar. En ese momento me acordé de una película mediocre de Will Smith, quien le enseñaba a otro que en el momento de la despedida en la puerta de la chica, si ella se quedaba en la puerta jugando con sus llaves, eso significaba que era el momento exacto para besarla. Y así hice, la besé.

Llevamos dos meses saliendo, sé que no es mucho, y ni siquiera estamos noviando, mayormente somos más que amigos, que nos gustamos, pero nos consideramos suficientemente jóvenes para decir “tengo novio/a”.

Hoy ha sido de esos días que los dos hemos preferido quedarnos en casa, en plan con nuestros colegas o sumergirnos en nuestras aficiones, como ver películas. Adoro tumbarme en el sofá con un cuenco lleno de palomitas y mi perro tumbado en mis piernas, al final de sillón.

La verdad que nuestra relación va estupendamente. No hemos tenido peleas apenas, aunque llevamos muy poco tiempo salien… ¡Ui! Perdonad. Me están llamando al teléfono:

- ¿Diga?
- Hola, buenas noches. Soy el inspector Sánchez.
- Buenas noches, inspector ¿Qué desea?
- Me andaré sin rodeos: se acaba de producir un accidente con el autobús 20a y un vehículo. Su chica iba en ese vehículo.
- ¡Dios mío! ¿Está bien?
- Está en una situación bastante crítica. Acaban de llevarla al hospital de la ciudad. Vaya a verla.
- ¡Cogeré rápidamente el coche e iré para allá!

Acabo de llegar al hospital, con el corazón a cien. Por la puerta de urgencias entran muchas camillas con heridos del autobús, que en ese momento iba demasiado lleno, ya que casi todos salían de trabajar del centro comercial.
Paro a todas las enfermeras y celadoras preguntándoles donde está ella, y ninguna sabe responderme. Pero una celadora ha tenido la gran amabilidad de buscar en un tablón el nombre de ella y me ha dicho que esta en la habitación 207.

Subo rápidamente por las escaleras y recorro como un loco el pasillo del hospital, siguiendo los carteles que se encuentra sobre las puertas y mirando números.

Por fin encuentro la 207, y allí esta ella. Esta fatal. Esta completamente ensangrentada y llena de vendas y con una maquina que le esta donde oxigeno.

- ¿Es usted su hermano o su pareja?
- Si, soy su pareja. – digo sofocadamente para que me dé una respuesta de lo que le pasa.
- Bien. Su novia está en coma.

Se acaba de caer el mundo sobre mí.

- Y es muy probable que…
- Dígamelo, doctor.
- O que se quede así durante un largo periodo de tiempo o si despierta se quedara vegetal para toda su vida.
- ¡Santo cielo!- me echo a llorar al hombro de medico.
- Lo siento.

No podía creer lo que había ocurrido. Si no me hubiera quedado viendo una película en mi casa y la hubiera recogido yo, y no subirse en ese infernal coche…

Son las cuatro de la mañana y sigo sentado, llorando por la desgracia que ha ocurrido, en ese asiento azul típico de los hospitales, de plasticucho e incomodo a la vez.

- Buenas noches, soy el inspector Sánchez. ¿Es usted familiar de esa chica?
- Si, soy su novio. Hemos hablado por teléfono.
- ¿Le han explicado lo que ha ocurrido?
- No, la verdad.
- Vera, le contare lo que ha pasado. Su chica iba subida en un Ford Focus negro que se ha saltado un semáforo en rojo que controlaba la circulación de un cruce próximo al centro comercial. Este vehículo iba a 120 Km./h en poblado. Al cruzar se ha chocado con un autobús repleto de empleados del centro comercial. Debido al choque frontal que se ha pegado con el autobús, ha hecho que el autobús caiga sobre y haya aplastado el coche, pillándola a su novia y al conductor.
- ¿Conductor? ¿Ella no estaba conduciendo?
- No. Ella iba de copillota. ¿le extraña?
- Bastante. Ella tiene coche pero no sabía que se había ido con algún compañero…¿Quién conducía el coche?
- Su nombre es…Carlos Flores, ¿Le conoce?
- ¡Dios mío! ¡Es mi amigo!
- ¿Amigo suyo? ¿No trabaja con ella?
- No. Lo veo casi todos los días, y nunca me ha dicho que se fuera a trabajar al mismo trabajo que ella.
- Si quiere ver a su amigo, se encuentra en la en la habitación 215. Tres más para allá.

Con todo un cubo de Rubik en mi mente, voy apresurado a la habitación de mi amigo, aquel que siempre me ha aconsejado tanto de las mujeres.

- ¿Carlos?- Carlos esta mal, lleno de heridas, pero no en coma.
- ¡Tío! ¿Qué haces por aquí? ¿Has venido a verme?
- ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho?
- Nada, tío, un chofer loco que me ha arrojado por delante, saltándose un semáforo en rojo.
- ¿El chofer? Pero si dicen que has sido tu el que te lo has saltado.
- ¿Qué mierda sabrán ellos? ¡Yo he sido el que ha sufrido el accidente!
- No, quien lo ha sufrido ha sido mi novia.
- ¡ Jajajaja! ¡Nunca habéis sido novios, tronco!
- ¿Cómo que no?
- Mira, acércate, que te quiero decir una cosa al oído.- me acerco a él- He estado mas de un mes follandome a tu novia ¡JAJAJAJAJA!.

M esta dando unos sudores y unos nervios…y Carlos con una gran carcajada. Y en mi oído solo retumba “he estado mas de un mes follandome a tu novia” y esa risa profunda de desahogo, como si todo se tratara de una simple broma en el día de los santos inocentes.

- ¡¿Qué?! ¿Como te quedas? Mira, Fran, no es por decepcionarte, pero todo ha sido una falsa. Desde que la conociste hasta hoy. Ella te quería al principio, eso no lo niego. Pero cuando me la presentaste, a ella le hacia aguas nada mas verme. Todo el mundo sabía que desde ese momento ella estaba junto a ti para que me viera cuando quedábamos para ir al cine o de fiesta.- yo todo nervioso, sin saber que hacer, dando vueltas, con la vista perdida. Estoy nada mas que sudando y sudando… me tiemblan las manos y escuchando todas las falsedades que decía Carlos… Me sentaba en el sofá, me levantaba… cada vez que salía una palabra de su boca hacia ella, me ponía mas nervioso…- ¡Es más! Te voy a contar un detalle, acércate. – y como un lelo me acerque a su camilla- El día que fuimos a la discoteca de tu jefe… ¡me la folle a cuatro patas! ¡¡¡JAJAJAJAJAJA!!!

Sin consciencia alguna, cojo un bisturí próximo a su camilla y se lo hinco en todo el corazón.

- Para que sientas el mismo dolor que yo ahora estoy sintiendo – le digo con

todo el rencor.


El empieza a gritar de dolor. Los enfermeros y el inspector se dirigen a la habitación y me paralizan como pueden. He sido detenido.


Ha pasado tres años. Carlos murió en mis manos. Carmen murió a los tres días después del accidente. Y yo en prisión….

miércoles, 20 de agosto de 2008

Azulejos amarillos

- Cristina, te presento a Carla – dije todo entusiasmo, contento de ver a las dos chicas que mas quiero juntas.
- Hola, ¿qué tal? – dijo Cristina acercándose a su mejilla para darle los dos besos de presentación.
- Hola – dijo Carla siguiendo su gesto – Así que ella es tu novia, ¿no?
- Si, llevamos tres años juntos – dije tan entusiasmo.
- ¿Se nos ve bien? ¡jajaja! – dijo Cristina bromeando.
- Si, bastante bien, si – dijo ella siguiéndole la broma – Bueno, ¿nos sentamos a tomarnos algo?
- Si, claro – dije.

Estuvimos en la terraza de un pub hablando sobre todo lo que nos había pasado en los cuatro años que nos llevábamos sin ver Carla y yo. Carla y yo fuimos novios, estuvimos dos años juntos, y la verdad que la relación iba muy bien pero decidimos dejarlo, ya que nuestras vidas se habían convertido en monotonía constante. Fue algo mutuo: un día quedamos, dijimos lo que nos pasaba y se termino la relación. Después de eso, como en casi todas las relaciones que se dejan después de un largo perdido de tiempo, tuvimos algunos rollos de una noche y algo de sexo, pero nunca nos replaneábamos volver…estaba todas las cartas sobre la mesa.

A Cristina la conocí un año después. Gracias a mis compañeros de trabajo me convencieron para ir a la cena de empresa de Navidad, y allí, en la mesa que me habían adjudicado la conocí. Iba vestido con un hermoso vestido azul y sentada dos sillas mas para mi derecha de esa mesa redonda. Nada mas verla, decidí ir a por ella, y así fue: en la barra libre, me acerque y use mis grandes conocimientos sobre la conquista de una mujer. Evidentemente yo solo quería empezar una relación formal e ir poco a poco…

- ¡Venga, quítate la ropa! – me decía ella entrando en una habitación del hotel donde se celebraba la cena con sus labios sin apenas despegar de los míos y quitándose ella la parte de arriba del vestido.
- Tranqui, yo tengo mas ganas que tu, que llevo un año sin mojar… - dije quitándome la camisa.
- ¡¡¡¿¿Qué??!!! ¡¿Llevas un año sin sexo?! – dijo ella muy sorprendida. En ese momento, justo cuando me tocaba responder, me quede callado- No serás un gay reprimido, ¿no? – Esa frase, perdón por las palabras que voy a utilizar, me toca los huevos.
- Ten por seguro que ahora mismo en este hotel, el único que más le gusta las mujeres soy yo – le dije con cierto resentimiento en voz bajada pegado a su oído.

Y así fue, esa noche, a pesar de lo caro que me salio la habitación por una noche, le deje claro que no era un gay resentido. Además, ella me lo afirmo:

- Nunca he follado tan bien, ¡te lo juro! –dijo ella como si por primera vez hubiera probado un chocolate autentico, un chocolate belga, y no uno marca Nestle.

La verdad que a mi, lo que es el sexo, creo que es lo único que se hacer bien…eso y fregar los platos…supongo que tendrán algo en común…


Tras haber estado dos horas hablando con Carla sobre todo lo que me había pasado en el año que estuvimos sin vernos, decidimos irnos. Pagué los dos cafés y el Nestea, nos levantamos de la terraza, nos despedimos y justo el momento antes de decirnos “hasta luego” ella me dijo:

- Oye, parejita, esta noche vamos a salir unas amigas mías y yo por el centro a unas cuantas discotecas…si queréis veniros seréis bienvenidos…
- Pues la verdad que llevamos tiempo sin salir, ¿no? Estaría bien salir a pegarnos un baile….
- Víctor, tu no bailas, tu haces el pato mareao ¡jajaja! – dijo Carla burlándose de mi en broma…supongo…
- ¡jajaja! La verdad que muy bailarín no es… - dijo Cristina, que había echo muy buenas migas con ella.
- Nunca ha sido muy bailarín... – dijo ella con cierto aire de recuerdo-.

Al volver a casa cenamos los dos y no nos tomamos el postre…nosotros nos tomamos el postre de otra forma…no pienso dar mas detalles… Desde que nos conocimos, y cuando los dos hemos coincidido en casa, ya que ella trabaja de azafata de vuelo, nunca nos tomamos el postre a la hora de cenar.

- Oye, después de esta tarta de queso que nos hemos tomado – dije yo bromeando sobre el asunto - ¿vamos a ir con estas?¿te apetece?-.
- Venga, vamos. La verdad que desde que llegamos a esta ciudad no hemos hecho apenas amistades…esta bien salir de vez en cuando…

Sinceramente, pensaba que no iba a querer. Durante el café de la tarde que estuvimos los tres, la vi con cierto resentimiento…creo que se estaba dando cuenta de todo…si, si, es lo que os imagináis: no le conté en ningún momento nada sobre que ella y yo estuvimos saliendo juntos. ¡¡Me habría montado una que pa’que!! Ya sabéis: “¿porqué me la has presentado?” “¿no querrás volver con ella?” “¿no querrás ponerme los cuernos?” “Ya entiendo porque pediste el traslado a esta ciudad” “¿Ella folla mejor que yo?”

Seamos honestos: Cristina folla muy bien, pero Carla es distinta…ella era…como decirlo…mmmm…más “guarrilla”. Le encantaba experimentar, contigo, con ella, con su cuerpo, con el mío…¡Vamos, era la diosa del sexo! Aun así no penséis que yo me traslade aquí por esto, si no porque aquí vive mi madre, y prefería estar cerca de ella…

Una vez que salimos de la casa, quedamos con ella en el paseo de la ciudad. Allí nos presentó a sus amigas: Sandra, Raquel y Pili. Los cinco nos fuimos a la zona de las discotecas, bromeando, conociéndonos unos a los otros…

En la zona de marcha, todos los pubs y discotecas están juntos y el paseo que los une se hace botellón, por lo que allí siempre había movimiento, fueras donde fueras.

A las 3 de la mañana nos metimos en un pub muy chulo, moderno y con música regaetton y latina discotequera. Allí nos pusimos todos a bailar, yo con mi baile de pato mareao y bailando unas con otras.

No parábamos de beber, una copa detrás de otra, sin parar, unas veces invitaba uno, otras veces otra, así toda la santa noche. Cristina estaba haciendo buenas migas con las amigas de Carla, en cambio yo, toda la noche hablando con ella sin parar de todo lo que nos había pasado, recordando nuestras aventuras de pareja…

- Oye, Víctor…quiero decirte una cosa ahora que voy medio-borracha y tengo esta excusa por si luego me arrepiento decir que “iba borracha” ¡jajajajaja! – decía ella.
- ¡jajajajajaja! Venga tía, suelta – dije yo.
- ¿Vamos al baño?
- Tía, que soy un tío… creo que a ti el alcohol te afecta demasiado…¡jajajajaja! Díselo a ellas que te acompañe, anda…que tonta que eres- dije yo borracho perdido pegándome un buen baile, ya que iba mareado. Se ve que, como aprendimos en Física en nuestros tiempo mozos: dos negativos forman un positivo, y dos bailes mal pegados forma un bailarín…-.
- No, tío, te lo digo en serio…vamos a hacer eso que tanto nos gusta a los dos… - dijo ella con cierta cara de picara. En ese momento me quede muy pillado, no sabia lo que hacer - Si no se va a enterar nadie, y menos Cristina, que esta haciendo buenas amistades con mis amigas…vamos, tioooo, por fiiiiiiii….- decía ella muy ansiosa.

Yo miraba la cara de Carla y a Cristina bailando, cada una en un extremo del poco campo de visión que tenia…parecía que estaba en un partido de Tenis.

- Venga, corre, vamos – dije yo empujándola. Los dos nos fuimos riéndonos allí, al cuarto de baño de las chicas.


Chic, chic, chic, chic… se sentía sobre la tapa del retrete, ese ruido que hace una tarjeta de crédito con la tapa del vater partiendo en filas un montoncillo de droga que había pillado Carla justo esa noche.

¡Sniiiiiiiiffff, Sniiiiiiiiffff, Sniiiiiiifff! Era lo que se sentía en ese baño silencioso con azulejos amarillos en la pared, el suelo pegajoso y agua acumulada en algunas zonas, una peste que era su perfume. En este baño apenas entraba gente, ya que era uno que se encontraba fuera de servicio.

- Joder, tía, hacia tiempo que no lo probaba – le dije apoyándome en la pared más próxima y rascándome la nariz.
- Volvemos a los viejos tiempos, ¿eh? ¡jajaja! – dijo ella orgullosa de que estuviera allí.
- Si…muchas veces echo de menos estos momentos… - recordaba con bastante añoranza- …¿Por qué lo dejamos, Carla? Dijimos que la monotonía, pero esa monotonía nos encantaba.
- Creo que nos dio por decir que éramos demasiados maduros y cegarnos a esta diversión que a los dos nos gusta…
- Me encantaría estar toda mi vida así… - le dije mirándola a los ojos-.

Hubo ese momento silencioso, ese que tanto hablan en la película “Pulp Fiction” entre John Travolta y Uma Thurman.

- Creo que conozco una forma de volver al pasado aunque sea por un solo instante – dijo ella. Se levanto del sitio donde estaba apoyada, se sentó sobre mi mirándome y me dio un enorme beso en los labios. Yo le seguí el beso, la levante cogiendola del culo, me levante del suelo y la apoye sobre la pared mientras le levantaba la minifalda blanca y ella me bajaba los pantalones.


A la media hora, salimos los dos del baño y nos pusimos a buscar a Cristina y a las amigas de Carla.

- ¡Víctor, miran donde están! – decía Carla gritándome entre la música de Carlos Baute bailona y señalando donde estuvimos antes de irnos al baño.

Cuando me acerqué a ella y mire, vi algo que ni me lo creía. Vi a Cristina besando a Raquel, una de las amigas de Carla. La coronita que sostenía se me calló al suelo, dándole en el pie de uno que estaba próximo a mí. A Carla no le extrañaba nada que Cristina y su amiga se estuvieran morreando...



viernes, 15 de agosto de 2008

Las tres cervezas de mi vida

Una noche fría en pleno mes de noviembre decidí salir con mis amigos a tomarnos unas copas en los pubs de la ciudad. Allí me presentaron a una chica guapa, 22 años, ojos azules y pelirroja.



Nunca me había emborrachado, siempre fui un chico sano en ese sentido, pero no sé si por la ceguera que tenia con esta chica enfrente o porque quería probar como era eso de “ir contento”, esa noche me salte las reglas.



Una vez que me bebí tres cervezas negras de buena calidad y con más de 13º de alcohol, decidí acompañar esta chica a su casa para que no se fuera sola a las 3 de la madrugada. Una vez en la puerta de su casa, tenía que volver a mi casa, pero como íbamos como cubas ella decidió acompañarme, caminando por las calles oscuras de la ciudad, con luces tenues y solas y haciendo ochos. Nos sentamos en un banco para solucionar el problema:



- ¡Tío! Como sigamos así, en la vida llegaremos los dos acompañados a casa… ¡jajaja! – saltaba una carcajada, efecto del alcohol.

- Joder, pues hay que remediarlo – dije. En ese momento hubo un pequeño silencio, un silencio que significaba que los dos queríamos algo, pero ninguno de los dos se decidían. En ese momento, salió mi yo que sale solo cuando voy bebido (la primera vez que lo descubrí)- Oye, podemos hacer una cosa: vente a mi casa a dormir – dije con valentía-.

- Pero si solo tienes una cama, y es muy pequeña – dijo ella brillándole los ojos.

- Bueno, ya haremos hueco para que los dos quepamos en esa ridícula cama – dije animado, viendo que ella me seguía el juego.



La cama no era muy grande. Era una cama de 90, pero para mi era de 70.



Una vez que llegamos a mi casa, ella durmió con los pantalones vaqueros que llevaba esa noche. Yo me puse mi pijama gris.



Allí los dos nos fumamos en la cama, pero como esa noche precisamente no era para dormir, los dos nos quedamos hablando. Nos pusimos a ver videos del Youtube, paginas webs....



Los ojos se nos iba cerrando del sueño que llevábamos los dos encima, aparte del alcohol de la cerveza, por lo que decidimos apagar y dormir entre risas de “yo no quiero” y “ni tu tampoco”.



Tras una hora de tonteo a oscuras en la cama y hablando cara a cara con las cabezas apoyadas en la pequeña almohada que tenia, que hacia juego con la cama.



El cansancio pudo con nosotros, por lo que los dos dejamos de hablar, pero algo había en nuestro cuerpo que queríamos algo más que una noche juntos en una cama y sin hacer nada.



A los cinco minutos, sentí unos labios jugando con los míos… A partir de ese momento, llegué a la conclusión de que de vez en cuando no esta nada mal “ir contentillo”.