domingo, 20 de diciembre de 2009

La maceta

¿Sabes cual es la sensación que tengo? Es como una chimenea en mitad de un bosque, un bombero trabajando en una farmacia. Una pieza de puzzle que corresponde a otro puzzle, y que nunca, por mucho que quiera, no consigue encajar.

Esa es la sensación que tengo en esta mierda de ciudad, guiada por la monotonia, la superficialidad y el “Donde va Vicente, va la gente”.

Mi vida, aunque muchos no se lo crean, siempre fue así. Nunca fui entendido por los demás: ni en el colegio, ni el instituto ni siquiera en la Universidad. Siempre tuve ese par de amigos que les caía bien: tras terminar los exámenes nunca más me volvieron a saludar. Solo querían que les pasara los apuntes mientras ellos tonteaban con las chicas.

Siempre andaba solo. Cuando cumplí los 18 años y todos los vecinos y conocidos les revoloteaban las hormonas y salían a las típicas discotecas de ciudad, yo me quedaba en mi casa viendo alguna película. Mi madre, la pobre, se preocupaba. Decía que así nunca iba a tener amigos, nunca me iba a echar novia y que ya era hora que me despegara de su falda.

Yo siempre pensé, y lo sigo pensando, que la vida es como una obra de teatro. Cada uno de los que estamos sobre el escenario, tenemos un papel, un rol, y de ahí no podemos salir. Cada uno estamos hechos para cumplir dichos roles. Y si no lo cumplimos, destrozamos la obra.

Bueno, pues a mí me ha tocado hacer de maceta tras el escenario: soso, sin guión alguno y solo haciendo acto de presencia, porque con la maceta rellenamos el escenario. Y nunca se sabe cuando nos puede hacer falta. A otros les toca hacer de príncipe azul o héroe; a mí de maceta.

Una noche, como la mayoría, tras mi semana de trabajo y mí esperado fin de semana para hacer lo que hacia tras el trabajo: nada; decidí sentarme delante de la tele a ver unos dvds que me grabé con varias películas que me descargué. Todas de mi estilo: comedia, acción, romántica y alguna de animación, para recordar viejos tiempos.

Antes de disponerme a calentar el sofá con mi cuerpo serrano, decidí bajar a la bocatería que hay debajo de mi piso para comprarme un completo.

Bajé y mi gran sorpresa fue encontrarme a una antigua compañera de clase, del Bachillerato. Su nombre es Virginia.

Virginia era de esas chicas que solo la recuerdas por una cosa… o dos: su cara y su par de melo… de eso. Teníamos 17 años y todos estábamos con las hormonas revolucionadas. Me acuerdo de ponernos en el piso de arriba, asomados por la baranda que rodeaba el pasillo, y que daba a la entrada. Ella pasaba y todos nos quedábamos mirando al canalillo… Era nuestro momento “All Bran”.

Ella era un año mayor que nosotros. Eso hacia que nos gustara mas aun a todos los chicos de la clase. Solo venia a una clase: estadísticas, ya que le había quedado esa para aprobar el bachillerato y presentarse a la Selectividad. Cada vez que entraba por la puerta nos miraba con aires de superioridad. Parecía que nos dijera: “tengo un año mas que vosotros y estoy buena”. Pero eso nos encantaba a todos.

Allí, en la barra de la bocatería, me senté en un taburete, a unos escasos 100 cm de ella, pero supuse que si me conocía, solo me conocía de vista.

Mientras buscaba el periódico del día, ella se quedó mirándome. Yo notaba su mirada en mi nuca, y sin siquiera mirarle de reojo, notaba que estaba dándole vueltas a su cabeza, intentando buscar en el mínimo hueco de su memoria mi nombre.

- ¿Antonio? ¿Eres Antonio Martín? – me decía una vez que había desplegado el periódico. Miré hacia atrás, pero justo detrás mía tenia la salida. Seguí leyendo la prensa. - Oye, te estoy hablando. – Veo que sus aires de superioridad aun no se han bajado.
- ¿Es a mí? – le decía yo bajando el periódico de la altura de mi vista.
- ¿Ves a otro cerca? – me decía ella.
- Mmm… no…
- ¡Entonces! Sabes quien soy, ¿no?
- Mmm… no se…- me hacia el remolón, pero sabia perfectamente quien era. Todavía conservaba su canalillo.
- Hice un trabajo contigo…de estadísticas, en 2º de bachillerato, ¿No lo recuerdas? De variaciones y permutaciones. Un rollo.
- ¡Ahh! Si, claro. Tú eras la mayor de la clase, ¿verdad?
- La misma. En ese tiempo llevaba el pelo largo, negro – me decía ella. A medida que seguía hablando con ella, acercaba su taburete más al mío. - ¡Que tonta era la profesora! ¿Cómo se llamaba? Mmm… -pensaba ella.
- Inés.
- ¡Eso! Inés… como se nota que eras el empolloncillo… - me decía ella. Si, unas de mis “etiquetas” en la clase era empollón. Y lo único que hacia era atender en clase y sacar una media de un 6.
- Si, y bien que tu eras la chulilla de la clase. – le dije yo.
- ¡Oí! ¡Que el nene se ha rebotado! Pues bien que os gustaba a todos…
- ¿Quién te ha dicho eso?
- ¡Vamos, Antonio! Se notaba… nada mas entrar por la puerta de la clase, os quedabais boquiabiertos.
- Lo dirás por los demás… - le dije yo levantando nuevamente el periódico.
- ¡Ehh! Préstame atención… - me decía ella acercándose cada vez mas y quitándome el periódico de mi vista.
- ¡Rubia! – decía el camarero.
- Te llama… - le decía a ella, mientras nuevamente subía el periódico para seguir leyendo.
- ¡Rubia del periódico! ¿Es tuyo el completo? – baje despacio el periódico, asomando mis ojos acompañados con mis gafas y mirando al camarero. Virginia se empezó a reír.

Tras pasar ese mal rato y Virginia riéndose, decidí comerme el bocadillo en la barra, junto a ella. Nos pusimos a hablar de todo: antiguos profesores, antiguos alumnos, los rumores que de ella andaban en el instituto, mi poca fama en el instituto, sus ligues, mi ningún ligue…

Se hicieron las una de la madrugada. Y ella tenía que irse a trabajar. Trabajaba de camarera en un famoso local de la ciudad, a pocos kilómetros de aquí. Antes de despedirse, me dio una tarjeta donde ponía el nombre y la dirección del local. Tras la tarjeta me apuntó su número de móvil. Me dio un beso en la mejilla y me dijo un “Adiós” en suspiro.

Volví al piso, y allí me senté a ver una película. No quise darle al botón del “Play”. Me quedé pensando en esta noche y en que, durante un par de horas, encaje en esta estupida ciudad, o más bien en una pieza que pertenece a este puzzle que no es el mío. Es raro.



Bajaba todos los días a la bocatería a ver si me la cruzaba. Pero nunca coincidíamos. Aunque tuviera su móvil detrás de una tarjeta, pero quería seguir perteneciendo a este puzzle que sé que, en el momento que actué, se destrozará.

Era jueves y el viernes me lo quise pillar libre. La fiebre “Virginia” se me pasó y nuevamente me senté en el sofá dispuesto a ver una película que un amigo me aconsejó: Olvídate de mí, de Jim Carrey. Tras darle al Play y llevar la película un par de minutos, me encontré la tarjeta de Virginia como posavasos debajo de un vaso de whisky que me tomé hace un par de días.

Tenía un círculo marcado mojado causado por el apoyo del vaso y que borraba parte de la tinta del número de teléfono, pero aun se podía ver.

Esto me hizo volver a darle vueltas a todo aquello que pasó en esa noche: no paso nada, pero es esa sensación que te queda de que algo había en el ambiente, algo que te cosquilleaba el estomago y que no deseabas por nada del mundo que pasarán dos horas antes de irse a su trabajo.

Finalmente me decidí: me vestí rápidamente, me peiné y me fui al garito donde ella trabajaba. No estaba muy acostumbrado a conducir de noche, ya que apenas salía de noche, ni siquiera por una urgencia.

Eran las una de la madrugada y estaba lleno. Y ahí estaba yo: con el cuello como el de una jirafa, subiendo la mirada al máximo y buscándola. Finalmente, muy a lo lejos, sobretodo por la gente que tenia que apartar, estaba ella, tan guapa como siempre. Y su canalillo.

Tras diez minutos haciéndome hueco entre la gente conseguí llegar a la barra. Me puse delante de ella, pero de las prisas que llevaba sirviendo copas y cobrando, no se dio cuenta. Al alzar la cabeza para dirigirse a mí, y antes de preguntar:

- Dime… ¿Antonio?... Pensaba que te habías olvidado de mí.
- Creo que mo tenia que haber venido… estas trabajando y…
- No, para nada. Quédate aquí… me gusta que hayas venido…

Le pedí un whisky solo y me quedé allí, apoyado en la barra y observándola. A veces tenia que apartar la vista ya que no quería parecer el típico salido que se queda embobado con las camareras porque no piílla con las demás chicas…

- Voy a recoger copas… no te vayas, ¿eh? – me decía ella mientras pasaba por mi lado y se perdía entre la aglomeración de los jóvenes.

Durante un cuarto de hora no la volví a ver y ya la estaba echando de menos. Me volví hacia la barra y me quedé mirando el primer televisor plasma que veía, donde echaban videos clips de las canciones más comerciales que había en ese momento.

Ella volvió, sin darme cuenta y se me acerco al oído susurrándome:

-Bésame.

Giré su cabeza hacia ella y le di un beso pequeño, suave, corto, pero con gran intensidad. No queríamos despegarnos en ningún momento, pero ella trabajaba y fue quien cortó el beso.

Se fue detrás de la barra y siguió con su trabajo. Me miraba y yo la miraba.

Me quedé hasta las 7, cuando empezó a vaciarse el local. Ella habló con su jefe y le dejó irse antes. Cogió su bolso del ropero y me cogió de la mano para irnos corriendo.

Allí, en el primer portal que encontramos, nos metimos y nos pusimos a besarnos de forma pasional.

Amanecía. Finalmente nos dirigíamos al aparcamiento subterráneo donde teníamos los coches. Allí quedamos en mi casa para vernos ahora, una vez que llegaremos.

Cada uno fuimos a por nuestro lado pero en 20 minutos nos veíamos en el portal de mi casa.

Salí de la ciudad y tras desaparecer los edificios el sol me escandilaba de frente. Apenas podía ver la carretera. Tomé una curva como recta y me estrellé contra el quitamiedos. Iba a 90 km por hora y el quitamiedos no aguantó esa velocidad. Acabé cayendo al mar, ahogado. Muerto en el acto. Pero contento.




“La vida es como una obra de teatro. Cada uno de los que estamos sobre el escenario, tenemos un papel, un rol, y de ahí no podemos salir. Cada uno estamos hechos para cumplir dichos roles. Y si no lo cumplimos, destrozamos la obra.”



1 comentario:

Místico Atormentado dijo...

Tengo que reconocer que no le he dado a la banda sonora, no sé por qué, no me ha apetecido, será que Nicolas Cage no me cae bien... La historia me ha gustado mucho. Me gustan más tus personajes víctimas de la sociedad que los triunfadores (en plan sexo, drogas y rock'n'roll) y la tragedia final era imprescindible para que fuese tuya, jeje. Un abrazo.