sábado, 27 de junio de 2009

La maquina de escribir

Ahí estaba yo, sentando enfrente de mi escritorio, con la vieja maquina de escribir que me regaló mi abuelo, para deshacerse de viejas cosas que ya no utilizaba. Él sabia que me llamaba la atención esa maquina de escribir. De pequeño, cuando pasaba por la puerta de su habitación, me quedaba mirándole, él de espaldas, escribiendo insistentemente, con su pipa, con su camiseta de tirantas blanca interior, y ese humo que le rodeaba todo el ambiente. Cuando el notaba mi presencia, me decía:

- ¿Qué haces, hijo?
- Escuchando el ruidito de la maquina…
- ¿Te gusta? Mira, ven – me decía mi abuelo, con su peculiar bigote. Entonces, me cogía de los brazos, y me subía a su pierna, donde me quedaba sentado mientras el seguía escribiendo. Yo, con esa edad, aun no sabia leer, pero solo con estar al lado de mi abuelo y escuchando ese ruidito del tecleo de la maquina, era el mas feliz del mundo.

Y ahora soy yo el que esta en un escritorio, sentando, fumándome un cigarro, con mi cenicero al lado, todo lleno de cenizas, y escribiendo en la maquina de escribir. Solo falta que un niño, pequeño, con un jersey de un coche echo por su abuela y con cara de curiosidad por ver que hago, se suba en mis piernas.

Son las una de la madrugada y me levanto para ir al frigorífico a cogerme una lata de Coca – Cola. En el momento que paso por la mesa que tengo enfrente del mismo frigorífico, veo de reojo el móvil sonar, en silencio, pero con la pantalla parpadeando. Cesar me esta llamando… seguro que será para salir, pero hoy es lo que menos me apetece…

Al abrir el frigorífico, las tripas empiezan a sonarme. Necesitan que les eche algo, ya que desde el mediodía no han comido nada. En el frigorífico no tengo nada, por lo que tengo que bajar al supermercado de las 24 horas que han abierto recientemente en la ciudad. Cojo los cinco euros que tenia en el mueble de la entrada y bajo a la calle.

Ando unos cinco minutos para llegar al supermercado mas caro de la ciudad. Entro y miro en la zona de congelados alguna pizza o algo de comida rápida para llevar. Lasaña, pizzas de nosecuantos sabores y marcas, roscas, pollos directos para meterlos en el microondas… No hay nada que me llame la atención. Finalmente me cojo la lasaña congelada, simplemente para conformar a mi estomago rugiente.

Llegué a la caja y allí estaba la dependienta, la típica dependienta: poco habladora, gordita, con el uniforme típico de esta cadena de supermercados abiertos las 24 horas, mascando un chicle sin tener ya nada de sabor y sin peinar. La verdad que a la pobre no puedo juzgarla, ya que las vestimentas que llevaba podía hacerme la competencia perfectamente: el pelo como un estropajo echo por la gomina ya seca desde hace dos días, una barba de no haberme afeitado desde hace tres días, mi camiseta de Superlopez manchada de Coca – Cola, mis pantalones vaqueros desgastados de tanto lavarlos y los tenis comidos de mierda.

Mientras me echaba las cosas en una bolsa que previamente tuve que pagar por diez céntimos, a lo lejos vi, mirando la zona de congelados, a una chica… Era Lucia.

Lucia es una antigua amiga mía, que venia mucho a la casa de mi abuelo cuando éramos pequeños. Coincidimos en el colegio varios años hasta que cada uno nos echamos otros amigos, ninguno en común, y nos fuimos separando.

Era lo típico a esa edad: “¡David le gusta Lucia!, ¡David le gusta Lucia!”, nos decían los compañeros de clase. Tenían sus motivos para decirlo: en las excursiones siempre iba tras ella, nos cogiamos de la mano, jugábamos juntos y nunca nos separamos. Es mas, ella me dio el primero beso, con solo 5 años, hasta que vino la profesora y me pego un bofetón que nada mas recordarlo, aun me duele.

Decidí esperarla en la entrada del súper, mientras ella hacia la compra y pasaba por caja. No se dio cuenta de mi presencia allí, pero veía cada gesto que hacia. Había crecido, tendría la misma edad que yo, unos 22 años, pero ella mejoró muchísimo con los años. A eso de los 13 años se puso gordita. La veía por el patio y todos les decían “Lucia la Gorda”, cuando había mas de una Lucia en el colegio. Pero a los 17 años, me llegaron a los oídos que había dejado muchos kilos y se había quedado como una modelo: guapísima de cara, bien arreglada, igual de alta que yo, una cabellera morena que le recorría toda la espalda hasta llegar a la cintura… pero a pesar de su físico, no llegaba a llamar la atención.

Cuando terminó pasar por la caja, me vio. Se quedó mirándome, pensando, seguro que por su mente pasaba cientos de chicos que había conocido a ver si encajaba alguno conmigo, hasta que…

- Te conozco de algo, pero no se de qué.
- Si, me conoces, pero hemos cambiado mucho…
- …
- ¿Recuerdas de pequeña llegar a una casa de una planta, la puerta siempre abierta, subir corriendo las escaleras mientras sonaba de fondo el tecleo de una maquina de escribir, un chico con un jersey verde con un coche dibujado sentado enfrente de un señor? – dije yo para jugar con sus recuerdos. En ese momento fue como vio que su cara se iba transformando hasta que…
- ¿David? ¿Eres tú, David?
- Si, así me pusieron mis abuelos de nombre. – dije yo. Se me olvido comentaros que nunca tuve padres, o más bien nunca los conocí. Murieron en un accidente de tráfico cuando mi madre estaba embarazada de mi. Solo pudieron salvarme a mí.
- ¡Dios mío! ¡Que cambiado estas! – decía mientras dejaba las bolsas en el suelo y me acariciaba la cara.
- Tu si que estas guapa…
- La gente me contaron cosas de ti… que habías desaparecido, otros que habías decidido vivir otra vida fuera de España tras la muerte de tus abuelos…
- La gente habla de más… Me fui un tiempo a Bélgica tras la muerte de ellos pero al año volví. Y aquí sigo, en la misma ciudad donde nacimos. ¿Tu que tal?
- No mucho… me diplome en periodismo, conocí a Oscar y me casé con el hace unos meses. Quise invitarte a la boda, pero como me dijeron…
- ¡Va! No te preocupes… no habría ido, sinceramente. ¿Quieres que nos tomemos algo en un bar que hay aquí cerca? Si no tienes ningún compromiso, claro…
- Vale. ¡Total! Me espera llegar a casa y estar sola. Oscar esta de corresponsal en Bagdad estas dos semanas.
Llegamos al bar y pedimos un par de cervezas negras. Allí nos pusimos a hablar, a contarnos todo lo que hicimos en estos últimos años, nuestras experiencias, nuestros logros, nuestros fracasos… Me llegó a confesar que incluso intento buscarme a través de paginas de contacto en Internet, ya que quería saber cosas de mi, y nunca encontró nada. Solo encontró un artículo de periódico acerca de mi desaparición, algo que en parte fue verdad, y parte mentira.

Nos hicieron las tantas de la noche, cerca de las 6. Finalmente salimos del bar, aun con nuestras bolsas de la compra y en la misma puerta diciéndonos donde vivíamos cada uno. No vivíamos muy lejos, mas o menos a unas 5 manzanas, pero nunca habíamos coincidido en ningún lado.

- Bueno, me voy, aunque el deber no me llama… - decía ella.
- Yo creo que, a estas horas, ya no me acostaré. Seguiré haciendo mis faenillas…
- Me ha gustado esta noche, David. No se… volver a recordar viejos tiempos, vernos las caras y saber que, a pesar de que ha pasado mucho tiempo, nos seguimos llevando tan bien como el primer día…
- Si, la verdad que es una alegría. Y eso que no nos ha hecho falta el Tuenti ¡Jajaja!
- ¡Jajaja! – se reía ella.- Me he reído mucho esta noche… - En ese momento, ambos nos quedamos callados. No queríamos despedirnos, pero el no deber nos llamaba, y teníamos que ir cada uno por nuestro camino.

En ese momento, ella soltó las bolsas al suelo y se acercó a mí… También decidí soltar las bolsas y cogerla de la cintura a medida que nuestras caras se iban acercando. Nos quedamos durante unos instantes con la punta de la nariz, junta, sin apenas rozar aun nuestros labios, simplemente mirándonos, cogidos por nuestras cinturas… Parecía que todo retrocedía en el tiempo… Era como si estuviéramos en Castala y allí, entre dos pinos que había juntos, y sin que nadie nos viera, estábamos los dos dándonos ese pequeño beso de 5 años…

Corriendo fuimos a mi casa. Abrí la puerta, no daba con las llaves de las prisas que tenia. Finalmente las encontré, abrí, la deje pasar y cerré. En ese momento, apoyados en la puerta principal, nos besamos. Era como si todos los besos que recibimos durantes nuestras vidas no fueran tan auténticos como este. Era pasión lo que estábamos viviendo, algo que queríamos los dos, pero por las circunstancias nunca pudimos.

Durante el beso pasional, fuimos llevándonos uno al otro al salón, cogidos, sin soltar nuestros labios, quitándonos la ropa, y dejando caer nuestros cuerpos a mi sofá blanco.

De mientras, en mi cerebro sonaba una canción de la infancia… una canción instrumental que ponían en la radio cuando mi abuelo escribía… pequeña pero bonita…

Seguíamos besándonos, prácticamente desnudos… nuestros besos recorrían todo nuestro cuerpo: labios, frente, cara, oreja, pecho, ombligo, brazos, espalda…

Mientras nos besábamos, por mi cerebro se pasaban pequeños flashes que los llegaba a ver casi real, parecía que estaba viviendo dos momentos diferentes:

Veía a ella como me besaba el pecho desnudo, mientras la música instrumental sonaba de fondo, los dos nos excitábamos y llegábamos al autentico amor… de repente ella desaparecía y aparecía yo, tumbado en el sofá, con la tele encendida, pero sin verla, solo mirando al techo del salón.

Nuevamente volvía la imagen de mi y Lucia practicando el sexo, besándonos y queriéndonos como nunca nos habíamos querido, siempre la música de mi abuelo sonando de fondo. Todo en oscuridad…

De repente, nuevamente volvía la imagen de mí, tumbado en el sofá, con unos pantalones cortos y sin camiseta, nada mas mirando el techo... Y esos pequeños cambios de cámara en la televisión se veía reflejado en el techo con diferentes colores…

Decidí, dentro de este flash que tenia de yo solo a la vez que practicaba el amor con ella, mirar la tele, ver que ocurría y justo cuando giro la cabeza:

- Esta es la historia de tu vida inventada – decía Carolina a mi oído.
- ¡Noooo! – dije gritando a la vez que le daba giros bruscos a mi cabeza. De repente me desperté en el comedor, tumbado, sin Lucia… solo yo, con la tele encendida y el mando sobre mi pecho. Gire la cabeza para nuevamente mirar la tele y solo vi un programa que estaban echando de cotilleos.

Eran las 3 de la madrugada en el suelo tenia la Coca – Cola que cogi cuando fui al frigorífico, volcada y todo el liquido sobre el suelo, una mezcla que se hizo junto con las cenizas de mis cigarros.

Me senté en sofá para recapacitar todo lo que había pasado, con la cabeza apoyado en mis piernas, pensando, rascándome la cabeza… ¿Fue real o producto de mi imaginación? ¿Realmente vi a Lucia? ¿Y Carolina?

Cuando me puse derecho, y mire a la tele:

- Te ha molado follarte a tu amiga Lucia, ¿eh?

Era otra vez Carolina, un antiguo amor. Estaba padeciendo un problema mental: veía a ella en todos los lugares y ella… estaba muerta.



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